La primera vez que usó un telescopio, Irene Cruz-González Espinosa era estudiante de licenciatura en física, en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Corría el año de 1975, e Irene estaba asociada con la doctora Paris Pishmish, quien le asignó la tarea de ir al Observatorio Astronómico Nacional San Pedro Mártir, en Ensenada, Baja California. Irene se enamoró del lugar, su gente y del cielo: “vi un cielo esplendoroso, el mejor cielo oscuro que yo había visto en toda mi existencia”.
San Pedro Mártir. Fotografía por Paco Bereta, Instituto de Astronomía, UNAM.
Desde pequeña supo que quería ser científica. Los padres de Irene fueron artistas plásticos, pero siempre apoyaron a sus hijos con sus respectivas vocaciones. “Tuve un hermano astrónomo que falleció terminando su doctorado. Me llevaba como 11 años, y él fue una parte fundamental en mi decisión”. Una vez que ingresó a la licenciatura tuvo mucho contacto con astrónomos como Paris Pishmish (a quien Irene califica como la inspiración y la abuela de los astrónomos en México), Silvia Torres y Manuel Peimbert.
Al momento de especializarse, Irene tenía muy claro que quería hacer una maestría y un doctorado en astronomía, pero en México no existía esa especialidad, por lo que en 1977 se mudó a la ciudad de Boston e ingresó a Harvard. Y justo en esa universidad de tanto prestigio fue donde el “techo de cristal” llegó a su vida.
Las galaxias son los ladrillos fundamentales del Universo.
Así lo relata: “Es curioso, en la prepa o en la Facultad de Ciencias nunca me sentí diferente por ser mujer, la Facultad de Ciencias era un lugar muy respetuoso, valías por tus conocimientos. Pero en Harvard sí me topé con el techo de cristal, no solo por ser mujer, sino también por ser mexicana, extranjera y latinoamericana. Éramos muy pocas mujeres en el departamento de astronomía como estudiantes, y había muy pocas investigadoras en esa época”.
Incluso alguno de sus profesores le preguntó: “¿por qué no te casas con un hombre rico, te vas a México y eres feliz?”. A lo que Irene respondió: “porque yo quiero ser astrónoma”. Mirando en retrospectiva, Irene considera que eso le ayudó mucho a ser fuerte.
Irene es investigadora del Instituto de Astronomía de la UNAM desde 1984. Su pasión científica es observar, estudiar y comprender las galaxias, su origen, su evolución, su actividad nuclear. “Las galaxias son los objetos astronómicos más completos, más amplios. Hay de todo en ellas: estrellas, gas, polvo, material sólido del Universo, y toda una serie de problemas interesantes por estudiar”, explica Irene. “Estos entes que llamamos galaxias, son enormes, están compuestos de miles de millones de estrellas y son los ladrillos fundamentales del Universo. Hay miles de millones de galaxias en el Universo”.
Fragmento de la galaxia Andrómeda. Fotografía por NASA.
Nuestro planeta, la Tierra, es una parte minúscula de una galaxia, la Vía Láctea, pero los astrónomos están preparados para estudiar muchas otras. ¿Cómo lo hacen? “Solo hay tres galaxias que podemos ver a simple vista; la Nube Menor y la Nube Mayor de Magallanes, y Andrómeda o M31. Entonces, necesitamos telescopios, instrumentos sofisticados para poder estudiar las galaxias cercanas —que podemos estudiar a mucho detalle— y también las galaxias en los confines del Universo”. Los astrónomos tienen mucho por explorar.
La parte que más le interesa de las galaxias es la central, el núcleo, donde suceden una serie de fenómenos físicos muy complicados e interesantes. Además, Irene ha participado en proyectos para estudiar los procesos de formación estelar, así como los chorros o vientos expulsados de las regiones nucleares de las galaxias. También aprendió a desarrollar instrumentos astronómicos. Actualmente trabaja en observaciones con el Gran Telescopio Milimétrico para estudiar algunas galaxias activas y cuásares.
El mejor sitio astronómico del mundo es San Pedro Mártir, en Ensenada, Baja California.
Otra de sus pasiones es la búsqueda y preservación de los mejores sitios astronómicos del planeta, que deben ser lugares de gran altitud, secos (con muy poca humedad), y con muchas noches despejadas al año, donde el cielo se conserva constante, sin cambios atmosféricos extremos.
Irene explica que, con el desarrollo de las ciudades, se están perdiendo los cielos oscuros, debido a la contaminación lumínica. “Hay una veintena de lugares especiales en el mundo, y en el hemisferio norte, en toda la costa oeste del continente, el mejor sitio astronómico es, sin duda, San Pedro Mártir. Preservar estos sitios es importante, no solo para la investigación astronómica, sino para las futuras generaciones, para que nuestros hijos y nietos tengan acceso al cielo que los rodea. También hay muchas especies de animales que viven en la noche y que dependen de estos cielos oscuros”.
Las constelaciones de satélites también se han convertido en un grave problema para los astrónomos, por lo que ahora están negociando con sus operadores para que apaguen esas constelaciones durante ciertas horas de la noche y así puedan seguir estudiando el Universo.
Un mensaje para niñas y jóvenes: “que le entren a las ciencias, es lo más divertido que hay”.
Hacia el futuro, Irene relata que se está desarrollando una nueva generación de telescopios enormes: “son proyectos internacionales gigantescos”. Con ellos continuará el estudio del origen del Universo y su evolución, de la química del Universo, de los elementos que se forman al interior de las supernovas, etc. “Podemos decir que todos los elementos de la tabla periódica se forman en las supernovas, es decir, somos hijos de las supernovas”.
También se dedica a la docencia y a la divulgación del conocimiento, con el fin de acercar las ciencias físico-matemáticas a los jóvenes. Recibió el Premio Universidad Nacional en 2002 en Innovación Tecnológica y Diseño Industrial, así como el Reconocimiento Sor Juana Inés de la Cruz en 2006. Formó parte de la Junta de Gobierno de la UNAM de 2010 a 2018.
A las niñas y jóvenes que están interesadas en la ciencia, la doctora Irene les aconseja: “ser científicas es una de las profesiones más satisfactorias para un ser humano, porque trabajas en algo que te gusta, que te hace preguntarte cosas. No tengan miedo, no se sientan intimidadas por ser inteligentes”. Y para rematar, agregó: “que le entren a las ciencias, es lo más divertido que hay”.