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Redignificar a poblaciones vulnerables desde el cine: Gerardo Tort

Redignificar a poblaciones vulnerables desde el cine: Gerardo Tort

por Luisa F. González A. | Feb 25, 2024 | Intrusión, No. 8 Opioides

¿Por qué motivos un niño consumiría drogas y viviría en la calle? Gerardo Tort Oruña, director y productor de cine, tuvo que reflexionar al respecto para poder dirigir su ópera prima, De la calle (2001). En entrevista para Obsidiana relata cómo llevó a la pantalla esta historia que se convertiría en un clásico, un parteaguas, una obra que habla de los “jodidos”, los marginados, los sin casa, sin comida y que sólo tienen drogas para subsistir. Hay que entrar en ese territorio, para darles voz.

¿Cómo llegó esta historia a tus manos?

La obra de teatro De la calle ganó el premio Rodolfo Usigli a la mejor obra dramática de 1984. En ese momento yo estudiaba comunicación, área de cine. El libreto fue publicado en Escénica, una revista de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y por azares del destino yo compré ese número. Nunca he sido un buen espectador de teatro, mucho menos un buen lector de obras de teatro, me parece muy complejo. Pero desde que la leí, me pareció que De la calle tenía mucha potencia cinematográfica. Me sedujo mucho.

Lo que más me emocionó fue la historia: un niño que busca a su padre y comete el error fatal de postergar un viaje con su novia después de haberse robado un dinero de un demonio, el policía que vende drogas.

Por azares del destino conocí a Jesús González Dávila, el autor de la obra, y entablamos una amistad. Sin éxito, varias veces traté de convencerlo de que me cediera los derechos, incluso antes de que se pusiera en escena. Cuando por fin la montó, dirigida por el maestro Julio Castillo, fui al estreno y comprendí por qué no me quiso ceder los derechos en su momento.

Entender que lo último que le queda a un niño es estar en la calle, y estar de una manera para no poder sentirla, es muy complejo.

Pasaron los años. Al morir mi madre cambió mi perspectiva de la vida. En esa búsqueda de sentido, me vuelvo a encontrar con Jesús. Diez años después, por fin accedió: “hazla [la película], ¿qué me propones?”. Filmar De la calle era una necesidad, un acto muy profundo.

Fue entonces cuando se involucró Marina Stavenhagen, quien hizo la adaptación del guion, y los productores. Para una ópera prima pusimos el techo muy alto.

¿Cuál es la responsabilidad del director al abordar estas temáticas?

En general, la responsabilidad de un director es muy grande. En particular, dirigir una película con esta temática (de alto riesgo) se hace mucho más grande. El cine puede hacerse de suposiciones y fantasías, pero esta película requería verdad, por lo que tuvimos que actuar con verdad. Hay que tener un compromiso.

Tuvimos un proceso de preparación, desde la escritura del guion, y de investigación con población de calle (niños, vagabundos, teporochos).

El cine es una herramienta muy poderosa. Dicen que es el arte que más se parece a la vida. Entonces la responsabilidad con esta población, que normalmente es despreciada y suele representar a los malos de la historia, era grande, había que redignificarlos. Eso le da más carga a la responsabilidad. Siempre estábamos al filo, de que no resultara algo grotesco, sino que en realidad pudiéramos retratar un pedazo de la vida.

Necesitaba herramientas científicas, pero también la sensibilidad para ganarme un espacio en estas comunidades.

¿Qué función tiene el arte, en este caso, el cine, al compartir estas realidades con el público?

Es una pregunta muy compleja. Habemos quienes seguimos pensando que hay que utilizar el cine para hablar con verdad. Este tipo de historias son un espejo del ser humano y la sociedad. Integrar estas temáticas en la industria es complicado. Pero yo intento pararme ahí y empujar, tratando de hacer conciencia de lo que sucede en nuestras sociedades.

De ahí la relevancia de crear historias, desde el cine, y contar cómo cambia la vida de los personajes, para buscar la empatía con el espectador.

Los personajes, niños y jóvenes de la calle que aparecen en la película, viven situaciones muy fuertes. ¿Cómo te documentaste para dirigir a los actores, o cómo los preparaste?

Fue un reto. Tuvimos asesorías con gente que trabajaba con la población y los niños de la calle, con psicólogos, y con médicos.

Tuve muchos asesores, afortunadamente, como Humberto Brocca, médico general que hizo mucho trabajo con niños de la calle y veteranos de la guerra de Vietnam que eran adictos.

Le dije que no me parecía honesto hacer una película de niños que usan solventes (mona), y no saber qué se siente. Me respondió que estaba loco, pues es veneno, mata neuronas: “no tienes que probarlo. Tienes que concentrarte en sus emociones y comprender por qué lo usan”. Me costó mucho trabajo entenderlo. No sé si lo resolví a nivel racional, pero lo resolví a nivel emocional.

Es muy fuerte la experiencia. Algo se va rompiendo adentro, inevitablemente.

Entender que lo último que le queda a un niño es estar en la calle, y estar de una manera para no poder sentir la calle, es muy complejo. Considero que la población de la calle no es de la calle, es de nosotros, y hay una falta de responsabilidad de las políticas públicas y de la gente que no quiere aceptarlo ni verlo.

Me di cuenta que necesitaba las herramientas científicas, pero también la sensibilidad para ganarme un espacio en estas comunidades, y que no necesariamente tenía que convertirme en uno de ellos sino, desde mi otredad, acercarme a ellos.

Fue un proceso largo, trabajamos con muchas bandas de la Ciudad de México (en el centro, en Tacubaya, en Observatorio) y diableros del mercado de la Merced. Eran seres de la nada.

Fuimos también con especialistas de Fundación Casa Caracol, que hacen trabajo de calle. Ellos cuentan con todo un proceso de acercamiento, asistencia, orientación y seguimiento, y sobre todo, de respeto. Es muy fuerte la experiencia. Algo se va rompiendo adentro, inevitablemente.

Es complicado llevar estos temas al cine porque son incómodos.

Para el acercamiento con algunas de las bandas pusimos como pretexto talleres actorales, que permitieron adaptar el lenguaje de la obra; en la película se incluyeron algunas historias que nos contaron ellos. Los actores también participaron; fue tal la cercanía que tuvieron con niños de la calle, que se fundieron, eran de la misma edad, eran carnales y esto les fue dando verdad a los actores.

Después de 22 años, ¿harías algo diferente si filmaras esta película hoy en día?

No, fue una inconsciencia. Hoy la Ciudad de México se ha vuelto muy agresiva. Cuando filmamos la película no se perdió un lápiz, nos cuidaban los vagabundos, los teporochos; ya sabían que estábamos trabajando y había mucho respeto. Yo creo que hoy no sería posible, así como está hecha.

En proyectos posteriores, ¿has vuelto a abordar esta temática?

Ahora estoy preparando un proyecto sobre adicciones. Llevo cuatro años en él, pero hay que hacerlo bien. Muchos reportajes revictimizan a los consumidores de drogas. Mi idea es hacer un documental que abarque los grandes temas de las adicciones, que muestre otra visión de quienes tienen una adicción. ¿Qué te hace el fentanilo que, así sepas que te puedes morir, lo consumes? ¿Qué población lo consume? Es complejo. Quizá todo el trabajo de investigación que estoy haciendo me lleva a una ficción. Es complicado llevar estos temas al cine porque son incómodos.

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Así, De la calle nos pone de frente a esas historias, personajes y rincones que no volteamos a ver, o no queremos ver, sin filtros ni tapujos. Esta tragedia llevada a la pantalla por Gerardo Tort es un crudo reflejo de la crueldad, violencia y desprecio que sufren los niños y jóvenes que viven en la calle, pero siempre valdrá la pena ponerse, aunque sea por un momento, en la piel de los otros.

¿No viste esta película en el cine? Puedes hacerlo en línea: https://www.filminlatino.mx/pelicula/de-la-calle

Conoce el trabajo de El Caracol, A.C.

https://elcaracol.org.mx/
Luisa F. González A.
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