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Niña y mujer mexicana en STEM: camino y perspectiva

Niña y mujer mexicana en STEM: camino y perspectiva

por Griselda Quiroz Compeán | Abr 26, 2025 | Espejo, No. 14 Mujeres que transforman la ciencia

“Soy científica”. Esta frase provoca diversas reacciones cuando la digo, desde la incredulidad (“¿qué es eso?”) hasta la burla (“científicos Newton y Einstein”), principalmente porque la ciencia no es un tema cercano a la mayoría de la gente de nuestro país, independiente de las categorías en las que prefiramos discutir las características de la sociedad mexicana: socioeconómicas, demográficas, etc. Cuando me empezaron a preguntar cómo llegué a ser científica, la interrogante me desconcertaba, porque ni yo misma había reflexionado sobre ella; simplemente mis aptitudes, circunstancias y decisiones me llevaron por un camino que encontré velado en mi tránsito por el sistema mexicano de educación pública.

“Quiero ser maestra de kínder”, le dije a mi madre el día que la acompañé a dejar a uno de mis hermanos mayores a su primer día de clases. Desde que tengo uso de razón, la educación me ha permitido dar sentido a esa inclinación natural de observar, cuestionar, abstraer y cuantificar muchos aspectos del mundo que percibo. Lo anterior me llevó a ser ingeniería electrónica. “Estudiar una carrera profesional para aspirar a un mejor futuro”, era un mantra que se nos repetía a los hijos de esas familias mexicanas que, durante el siglo XX, dejaban sus lugares de origen en el campo para buscar oportunidades en las grandes ciudades.

Yo sentía que había una brecha entre mi preparación y lo que se requería para hacer desarrollo tecnológico.

“¿Sabes que para eso se necesita estudiar un doctorado?”, me preguntó una persona en una de las grandes empresas regiomontanas, cuando le dije que me gustaría trabajar diseñando las máquinas de la empresa. Con la vista en mi currículum de dos hojas, me explicó que eso se hacía en el departamento de investigación y desarrollo, y que ahí solo contrataban doctores. Antes de eso, yo sentía, porque no tenía elementos para entender, que había una brecha entre mi preparación profesional y lo que se requería para hacer lo que ahora sabía que se llamaba, desarrollo tecnológico. Aquella persona de recursos humanos confirmó mi sospecha: sí había una brecha.

“¿Qué te gustaría investigar?”, me preguntó el coordinador del posgrado en ciencias aplicadas de un recién inaugurado centro del Sistema de Centros Públicos de Investigación del extinto Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Palabras más, palabras menos, contesté que me imaginaba el cuerpo humano generando señales, y que esas señales podrían usarse para desarrollar tecnología médica. Pude responder eso porque la escasa experiencia de mi entorno académico en investigación científica me permitió cuestionarme qué me gustaría hacer en mi vida profesional si es que estudiaba un posgrado, y mi respuesta fue resultado de la imaginación e inocencia propias de la edad.

“Vas a ser una buena investigadora”, me dijo una científica que revisó mi tesis doctoral cuando la visité en su laboratorio en la Universidad Nacional Autónoma de México para revisar mi investigación sobre algoritmos de control de glucosa en diabetes. Viajé cinco horas en autobús para llegar temprano a la cita y muy entusiasmada respondí los comentarios.

Las letras S, T, E y M  han configurado mi camino profesional.

La defensa de mi tesis doctoral fue el cierre de mi ciclo de formación como científica, que incluyó conocer a personas que ejercían el pensamiento crítico de manera profesional, la instrucción en el uso del método científico para resolver problemáticas de cualquier área del conocimiento, el planteamiento de soluciones interdisciplinarias a problemas complejos y, lo que finalmente dio estructura, nombre y concepto a mi forma natural de pensar y percibir, la teoría de control y los sistemas dinámicos.

Fue así como mi vida profesional decantó en el estudio de las ciencias de la ingeniería, las cuales tienen como motivación el desarrollo tecnológico y como fundamento la física y las matemáticas. Desde entonces, las letras S de Science, T de Technology, E de Engineering y M de Mathematics (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) han configurado mi camino profesional.

“Quiero trabajar en una universidad pública mexicana”, repetía yo cuando estaba por terminar los estudios de posgrado. Fui contratada por la Universidad Autónoma de Nuevo León, en donde combino mi carrera científica con la docencia y la gestión. En 2021 llegó la oportunidad de recibir una certificación como mentora STEM, becada por el Consejo Británico. Ahí me enteré del porqué en una licenciatura con 100 estudiantes solo cuatro éramos mujeres, en el posgrado yo era la única y en la empresa en donde realicé mis prácticas profesionales, solo estaba yo en el departamento de ingeniería.

Los estereotipos de género permean desde la infancia.

Entre las causas de la baja participación de mujeres en profesiones STEM están los estereotipos de género, que permean desde la infancia. Aunque el acceso de las mujeres a la educación superior en carreras STEM ha mejorado mucho en los últimos años, el promedio mundial de participación está en alrededor del 30%, cifra que se repite también en México. Otra de las causas es la carencia de modelos a seguir. Por lo anterior, actualmente existen muchos esfuerzos para comunicar el papel de las mujeres en las profesiones STEM. Estos abarcan desde la promoción de vocaciones científicas en niñas y adolescentes hasta programas de mentoría.

Si bien cerrar la brecha de género en las profesiones STEM es un gran desafío, en México tenemos, además, el reto de mostrar la importancia de ejercer la ciencia como profesión de tal manera que, cualquier persona nacida en nuestro país y que tenga aptitudes y vocación científica, cuente con condiciones para desarrollar su potencial.

Este trabajo está dedicado a Ricardo Femat, mi mentor.

Griselda Quiroz Compeán

Universidad Autónoma de Nuevo León

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