Durante las últimas décadas de 1800, mujeres mexicanas empezaron a crear publicaciones periódicas de y para mujeres. De la Escuela de Artes y Oficios para Mujeres surgió Las Hijas del Anáhuac, un semanario que, aunque duró apenas tres meses, publicó consejos para la casa o de belleza, poemas y narraciones. Algunas de sus redactoras llevaban pseudónimos de origen náhuatl, como Llancuéitl1, quien escribió: “Además, ¿por qué si el hombre puede manifestar públicamente las galas de su inteligencia, la mujer ha de estar privada de hacerlo, habiendo, como hay, mujeres cuyos talentos igualan a todos los de los hombres? No, escribid, bellas jóvenes de nuestra patria: pero estudiad, y estudiad mucho, porque sólo ayudando a la inteligencia con la instrucción, se pueden producir hermosas y correctas composiciones”.
El Álbum de la Mujer se imprimió de 1883 a 1890 y fue dirigido por Concepción Gimeno de Flaquer. Sus publicaciones buscaban alabar a las mujeres mexicanas, comparándolas con lo más maravilloso que podía tener la naturaleza. Esto escribía Concepción Gimeno de Flaquer en septiembre de 1883, en este medio: “El hombre ha demostrado constantemente una tendencia poco delicada; el deseo mezquino de rebajar á la mujer convirtiéndola en sér pasivo, en maniquí, en criatura nula y ciega, incapaz de caminar al lado suyo por los mundos elevados de la ilustración y la inteligencia”.
Las Violetas del Anáhuac tuvo, quizás, el enfoque más feminista de las revistas mencionadas.
En pocas ocasiones escribió sobre mujeres en particular, y una de ellas fue un artículo sobre Matilde Montoya, primera mujer médica en México: “Matilde Montoya ha escalado un puesto reservado a los sabios; ha destruido antiguas preocupaciones que encadenaban a la mujer mexicana en la oscura senda de la retrogradación; ha conquistado la gloriosa bandera del progreso, para que su sexo la enarbole. El birrete doctoral es superior a una corona de laurel. ¿Hay algo más grande que poseer el secreto del organismo humano? ¿Sabéis cómo ha llegado la inteligencia mexicana a tan alta cima? Consagrando once años de su vida al estudio: once años que representan en una mujer toda su juventud. ¿Y cómo ha ganado el diploma que tanto la enaltece? Desoyendo sátiras de la ignorancia y los augurios pesimistas, hollando con firme planta los abrojos encontrados en su paso, luchando enérgicamente contra la tenaz oposición de sus enemigos, venciendo arduas dificultades, desafiando el imposible”.
La publicación Las Violetas del Anáhuac, fundada por Laureana Wright de Kleinhans, comenzó a circular el 4 de diciembre de 1887 y su última entrega apareció el 17 de febrero de 1889. Fue, quizás, la publicación con el enfoque más feminista de las tres revistas mencionadas. Todo indica que tuvo apoyo de Porfirio Díaz, ya que incluso incluyeron una biografía sobre su esposa, Carmelita Romero Rubio y nunca fueron censuradas. Este periódico llegó a tener 30 colaboradoras y, ocasionalmente, invitaban a participar a escritores hombres con algún poema o con un artículo. Su línea editorial seguía el positivismo. Buscaban la educación de las mujeres para alejarlas de la ignorancia.
“La mujer contemporánea quiere abandonar para siempre el limbo de la ignorancia”.
“Venimos al estadio de la prensa a llenar una necesidad: la de instruirnos y propagar la fe que nos inspiran las ciencias y las artes. La mujer contemporánea quiere abandonar para siempre el limbo de la ignorancia y con las alas levantadas desea llegar a las regiones de la luz y la verdad”.
Estos tres periódicos no fueron los únicos elaborados para el público femeninino. Sin embargo, sí fueron los únicos dirigidos por mujeres y cuyas principales colaboraciones eran del sexo femenino. Unos años antes, en Mérida, Yucatán circuló La Siempreviva, de 1870 a 1872. Esta revista quincenal era el órgano oficial de una sociedad del mismo nombre y clamaba estar redactada únicamente por señoras y señoritas.
“¿Por qué ha de coartarse a la mujer la libertad de pensar, discernir y deliberar como el hombre?”
“Dotada por la Providencia de facultades intelectuales como el hombre, quisiéramos verla colocada al nivel de éste, dividiendo con él [su trabajo] material y mentalmente […] ¿Por qué entonces, si Dios dio a entrambos una alma y una inteligencia enteramente iguales, ha de coartarse a la mujer la libertad de pensar, discernir y deliberar como el hombre? ¿Por qué tenerla sumida en la ignorancia y emplearla solamente en el trabajo material? […] Queremos, pues, que la mujer se ilustre para que abarcando su inteligencia todos los conocimientos del hombre, pueda indagar y descubrir como él, los secretos arcanos de la naturaleza”, escribió Rita Cetina en La Siempreviva.
Al menos desde el Porfiriato, las mujeres mexicanas buscaron tener las mismas oportunidades que los hombres en su formación profesional y científica. Las científicas mexicanas actuales somos, como dijo en el siglo XII Bernardo de Chartres, nanos gigantum humeris insidentes (enanos de pie sobre los hombros de gigantes).