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Fentanilo… y otros opioides | Hablemos claro y con bases científicas

Fentanilo… y otros opioides | Hablemos claro y con bases científicas

por Silvia Cruz Martín del Campo | Feb 25, 2024 | Espejo, No. 8 Opioides

La historia del fentanilo inició hace miles de años, con el uso del opio para aliviar el dolor, la diarrea y la tos. El opio se obtiene de los frutos inmaduros de una planta de amapola, Papaver somniferum. Cuando estos se raspan con algo afilado, secretan un líquido lechoso que, al contacto con el aire, se vuelve denso y adquiere un color pardo característico que se conoce como goma de opio.

Por siglos, el opio se utilizó en preparaciones artesanales y tónicos de eficacia variable; por lo rudimentario de su preparación, algunos productos eran demasiado fuertes y dejaban a los pacientes totalmente sedados, otros no tenían efecto y sólo algunos funcionaban como se esperaba. Los farmacéuticos sabían que podrían evitar esa variabilidad si encontraban la sustancia activa.

En la búsqueda de dicha sustancia trabajaron varios investigadores consolidados, pero quien tuvo éxito fue un joven alemán con 21 años de edad, en ese entonces, llamado William Sertürner. A principios del siglo XIX, él preparó diferentes extractos de opio utilizando agua, alcohol y otros disolventes, y se los administró a perros para ver cuál de ellos producía sueño.

Tras encontrar el adecuado, lo probó en sí mismo y comparó sus efectos con los del opio puro. Convencido de que había dado con el extracto que contenía la sustancia activa, la purificó y le llamó principium somniferum, que es la molécula que conocemos actualmente como morfina, nombrada así por Morfeo, el dios griego del sueño.

El fentanilo es un analgésico seguro; puede administrarse incluso a niños bajo supervisión médica y en condiciones controladas.

Por muchos años, los productos con opio y morfina se vendieron libremente en Europa, Asia y Estados Unidos, y los casos de dependencia se multiplicaron. La tolerancia y dependencia (o adicción) a opioides se conocían bien, pues era evidente que algunos consumidores aumentaban las dosis hasta alcanzar cantidades mucho mayores a las que utilizaban inicialmente.

Además, los usuarios frecuentes no podían suspender su consumo —a pesar de desearlo— porque, al hacerlo, experimentaban un gran malestar con dolor generalizado, insomnio, escalofríos, molestias similares a las de un resfriado, aumento de la presión arterial, vómito y diarrea. Estos eran los síntomas de lo que después se conocería como el síndrome de abstinencia a opioides.

Con el propósito de encontrar sustancias que tuvieran los efectos benéficos de la morfina, pero no los adversos, diversos estudiosos buscaron entender cómo estaba hecha la morfina porque, aunque se había aislado desde mucho tiempo atrás, todavía se desconocía su estructura química ya entrado el siglo XX.

En 1925, el investigador británico Robert Robinson identificó que la morfina era una molécula con cinco anillos de carbono e hidrógeno, uno de los cuales estaba unido a un nitrógeno y otros dos a un oxígeno e hidrógeno. Este descubrimiento abrió la puerta a la búsqueda de análogos de la morfina que tuvieran algunas ventajas sobre la sustancia original.

Los esfuerzos de síntesis fueron muy productivos. Diversos grupos de investigación añadieron o quitaron grupos químicos a la morfina, con lo que obtuvieron opioides semisintéticos como la heroína, la oxicodona, la hidromorfona e hidrocodona, entre otros.

Las nuevas moléculas diferían entre sí en la magnitud y duración de sus efectos. Algunas resultaron analgésicos débiles, pero muy eficaces para quitar la tos o controlar la diarrea, algunas más aliviaban el dolor rápidamente y otras tenían efectos muy prolongados. Varias encontraron un nicho en la práctica clínica y aún se utilizan con éxito.

Por la rapidez con la que actúa en el cuerpo, se usa en entornos médicos para inducir anestesia en unos cuantos minutos.

Sin embargo, los mejores analgésicos seguían pareciéndose a la morfina; es decir, producían euforia, analgesia y sueño, y su uso repetido podía llevar al desarrollo de tolerancia y adicción. Esto llevó a desarrollar guías para manejarlos con precaución y bajo estricta supervisión médica.

Una molécula en particular resultó muy sorprendente, la naloxona, pues, a pesar de su parecido estructural con la morfina, no quita el dolor ni tiene efectos psicoactivos. Pero, cuando se da naloxona a alguien que está bajo los efectos de la morfina o la heroína, contrarresta sus efectos y se manifiestan signos del síndrome de abstinencia. Aunque este descubrimiento fue inesperado, la explicación es simple: la naloxona es un antagonista.

Los antagonistas tienen afinidad por los mismos sitios del organismo donde se unen los compuestos activos (los agonistas), pero no son capaces de activar a las células. Dado que la afinidad de la naloxona es más alta que la de muchos opioides activos, compite con ellos por los mismos sitios receptores y los desplaza, revirtiendo así su efecto.

Esta propiedad ha resultado de gran utilidad porque las dosis altas de opioides pueden producir la muerte al inhibir los centros del sistema nervioso central que controlan la respiración, y la naloxona es el antídoto que se usa para salvar la vida de las personas que caen en sobredosis.

El fentanilo es un opioide cincuenta veces más potente que la heroína y completamente sintético. Fue desarrollado por Paul Janssen alrededor de 1960, cuando buscaba un analgésico eficaz de acción rápida y breve. En términos técnicos, la potencia se refiere a la cantidad de sustancia que se necesita para producir un cierto efecto, no a qué tan fuerte es ese efecto. Es decir,el fentanilo produce un efecto similar a la heroína con una cantidad 50 veces menor.

Por la rapidez con la que actúa en el cuerpo, se usa en entornos médicos para inducir anestesia en unos cuantos minutos. Además, el fentanilo es un analgésico seguro que puede administrarse incluso a niños, siempre y cuando sea bajo supervisión médica y en condiciones controladas. Por ello, se utiliza para el manejo del dolor intenso y en cuidados paliativos.

Las dosis altas de opioides pueden producir la muerte al inhibir los centros del sistema nervioso central que controlan la respiración.

Otros compuestos parecidos al fentanilo son el sufentanilo, el alfentanilo y el remifentanilo, que también son anestésicos. El carfentanilo es otra molécula de la misma familia, pero es 10 mil veces más potente que la morfina y se usa para sedar animales de gran tamaño, como los elefantes.

Si el fentanilo es tan útil como medicamento, ¿por qué escuchamos continuamente que el fentanilo mata? Porque las presentaciones del fentanilo que se produce ilícitamente son impuras, suelen estar adulteradas con otras drogas, otras sustancias y tienen concentraciones variables de fentanilo. Dada la potencia de este opioide, es fácil que produzca sobredosis mortales, incluso a dosis muy bajas.

En los lugares donde hay alto consumo no médico de opioides (por sus efectos euforizantes), el fentanilo se ha vuelto muy relevante, ya que representa un negocio multimillonario para quienes lo producen ilícitamente y lo venden a costa de la salud de los consumidores.

Por ser muy potente, es muy rendidor, pero el fentanilo, al igual que otros opioides sintéticos, se vende frecuentemente combinado con heroína y, muchas veces, los usuarios no lo saben.

La presencia del fentanilo en el mercado ilegal representa retos importantes para la sociedad. Es necesario analizar la composición de las drogas que se venden para detectar si tienen fentanilo. Además, la naloxona debe estar fácilmente disponible para cualquier persona que pueda ser testigo de una sobredosis, pero actualmente su venta requiere receta médica.

Por otro lado, es necesario ofrecer tratamiento asistido con medicamentos, como la metadona y la buprenorfina, que han probado ser eficaces para evitar que las personas usen heroína. Hablemos del fentanilo y busquemos soluciones. Nos hace falta.

Silvia Cruz Martín del Campo

Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del IPN

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