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Las múltiples “caras” del uso de opioides

Las múltiples “caras” del uso de opioides

por María Elena Medina-Mora | Feb 25, 2024 | Espejo, No. 8 Opioides

En años recientes, el fenómeno del fentanilo ha sido motivo de análisis para comunicadores, instancias responsables de la salud, seguridad, procuración de justicia y desarrollo social; así como organizaciones de la sociedad civil, personas con vocación de cuidado e investigadores. Las voces de quienes enferman y sus familiares se escuchan menos.

El fentanilo es una sustancia 50 veces más potente que la heroína y hasta 100 veces más que la morfina: con menos fentanilo hay mayores efectos. Es usada con fines médicos desde 1960, para una anestesia rápida y efectiva; así como para manejo del dolor, por lo que aún se recomienda por sus beneficios para la salud cuando se usa conforme a las guías existentes para estos efectos.

En 2021, la mayor parte del consumo global de fentanilo (73,2%) se concentró en diez países, todos ellos de ingreso alto (HICs). En los países de nivel medio y bajo de desarrollo (LMICs) aún falta disponibilidad de medicamentos para manejo del dolor. Sólo 28% de la morfina que se produce a bajo costo (acción impulsada por las Naciones Unidas) se consume en países en vías de desarrollo, en donde vive 80% de la población mundial.

Sustancia 50 veces más potente que la heroína y hasta 100 veces más que la morfina.

México ocupa el antepenúltimo lugar en cuanto a disponibilidad de medicamentos para el dolor, en relación con sus necesidades médicas. El fentanilo es un medicamento controlado y, según las Convenciones de Naciones Unidas, los países deben asegurar el abasto para quienes lo necesitan, promover su uso adecuado y evitar desviaciones del mercado legal.

En el mercado ilegal no existe control de calidad, pues no está supervisado por las dependencias nacionales e internacionales responsables de promover calidad y un uso adecuado (Secretaría de Salud, Naciones Unidas, Organización Mundial de la Salud).

Es una sustancia fácil de transportar, se encuentra en las calles en forma de polvos o de pastillas similares a preparaciones farmacéuticas; en el mercado ilegal, se mezcla con otros componentes para cortar (adulterar) la droga, esto contamina la heroína, la cocaína o las metanfetaminas. La mezclan porque una cantidad muy pequeña ofrece una euforia súbita.

En este panorama convergen el dolor y sufrimiento de las personas con dependencia (que requieren la droga para sobrevivir), de igual forma que sus familias. En nuestro país hay un incremento de muertes, y poco acceso a servicios de salud con programas de mantenimiento con metadona; así como acciones de apoyo social.

Ha sido usada con fines médicos desde 1960 para anestesia y manejo del dolor.

Es un fenómeno envuelto en estigma que discrimina, adoptado por las personas que enferman y comparten con sus familiares, el personal de salud y las instituciones que los atienden. Hoy, a pesar de la vasta investigación realizada sobre los mecanismos de acción de las drogas, de la forma en que afectan al cerebro y del entorno social que facilita el abuso, se sigue considerando un vicio. Esto trae nuevos retos para la investigación, el tratamiento y la prevención.

Las personas que enferman pasan la mayor parte de su tiempo tratando de conseguir recetas médicas o dinero para comprar drogas, con frecuencia contaminadas con otras sustancias, entre ellas el fentanilo, ocasionando síndromes de abstinencia cuando no se tiene la droga o sobredosis cuando se utilizan cantidades superiores a la que se ha estado usando.

Estas brechas son mayores en poblaciones marginadas que viven en situación de calle y pobreza, o que quedaron en esta posición después de una vida de dependencia a sustancias. Detrás de esta situación hay factores sociales que determinan el riesgo de enfermedad, que se ocultan, pero que representan también oportunidades importantes de prevención si podemos identificar los mecanismos causales que ligan el determinante (por ejemplo, la pobreza) con el desenlace.

Un fenómeno envuelto en estigma que discrimina. Influyen aspectos biológicos, personales y el ambiente.

La pobreza se vincula con el riesgo de enfermar por diversos caminos. Puede ser por influencia directa, por ejemplo: cuando la economía entra en recesión, causa desempleo. Es probable que actúe como mecanismo intermedio en vecindarios asociados con abuso de sustancias, por la exposición a violencia y a la inseguridad.

Las disparidades socioeconómicas aumentan el riesgo de desarrollar trastornos por uso de sustancias y exacerban las consecuencias en un círculo vicioso donde la pobreza puede facilitar que surja un trastorno por uso de sustancias, el cual ocasionará limitaciones laborales y de educación, y aumento de conflictos cuyo desenlace es mayor pobreza.

¿Qué factor mediador lleva a mayor uso de drogas? Estudios internacionales muestran que los problemas económicos llevan a un mayor uso de drogas. En Canadá y Colombia la experiencia migratoria tuvo este efecto; en Nigeria las malas calificaciones escolares; en China la baja escolaridad; en México la asociación se da a través de la exposición a la violencia y la inseguridad en el medio ambiente.

En nuestro país las adversidades en la infancia, especialmente las que implican violencia, se asocian con incremento en el uso de drogas. La probabilidad de experimentar estas adversidades fue más elevada en adolescentes de más edad, que habían abandonado la escuela, cuyas madres tenían menos de 21 años al momento del parto, con tres o más hermanos, y padres con menor escolaridad.

Quienes viven en condiciones de desventaja tienen menos probabilidad de

recibir tratamiento.

Las personas que viven en condiciones de desventaja tienen menos probabilidad de recibir tratamiento. Sin embargo, existen intervenciones exitosas aplicadas en países LMICs, que procuran protección financiera a personas que enferman y a sus familias.

Un análisis de las encuestas mundiales de salud mental mostró que no hay diferencias en el consumo relacionadas con las políticas de drogas, es decir, en los 24 países participantes, con representación de HICs y LMICs, la prohibición no estuvo necesariamente asociada con los niveles de consumo.

El fenómeno de fentanilo es un claro ejemplo de la interacción de aspectos biológicos (la sustancia y los procesos que llevan a la dependencia), los personales (experiencias vividas) y el ambiente (pobreza, inseguridad, disponibilidad de sustancias, etc.).

La carga no puede estar solamente en el sector salud; se requiere la integración de instancias dedicadas al desarrollo, seguridad, vivienda digna, educación, trabajo, derechos humanos, protección social para quienes tienen una discapacidad y aquellas instituciones que tienen como mandato lograr la igualdad sustantiva para niñas y mujeres.

Es preciso trabajar desde una perspectiva de salud pública para aumentar la disponibilidad de medicamentos para el dolor, contrarrestar la sobredosis y reducir la alta mortalidad, además de gestionar políticas que consideren oferta, demanda y daños asociados, y que busquen el control del fentanilo producido ilícitamente con énfasis en reducción de daños, de prevención, tratamiento, desarrollo social y reducción de inequidades sociales.

María Elena Medina-Mora

Facultad de Psicología y Seminario de Estudios sobre la Globalidad, UNAM
Centro de Investigación en Salud Mental Global, Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz

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