La obra de Pablo Ruiz Lombardo refleja la continuidad y el deslinde con respecto a la modernidad. Desde el inicio de su trayectoria, su creación tridimensional se ha basado en el trabajo con la figura humana. Sus primeras esculturas en bronce son producto del uso del movimiento corporal. Luego de varios años, su obra escultórica ha evolucionado hacia una síntesis de formas y color, resultando en figuras que hacen énfasis en la simetría, el orden y la estructura, recurriendo al movimiento como contrapunto de su estabilidad.
La dimensión formal de la obra en la que Pablo Ruiz Lombardo ha trabajado refleja preocupaciones estéticas de la modernidad. Específicamente, con Carlos Mérida comparte estructuras rítmicas y variaciones del uso de colores esplendentes. Pablo pone más énfasis en la relación del todo y la parte, para lograr una estabilización de la figura, plena de ludismo.
Pablo pone más énfasis en la relación del todo y la parte, para lograr una estabilización de la figura.
Varios aspectos notables de su obra provienen del posicionamiento del cuerpo humano, recurso que comparte con el arte de la antigüedad pre-clásica. Los puntos cardinales o los puntos arriba y abajo, son indicativos de la presencia humana en el espacio. En su propia cosmogonía, las figuras creadas por el artista se invierten e intercambian posiciones, haciéndolo con la cadencia del ritmo, la gracia de las formas y la iluminación sobrenatural que las enmarca.
Es importante resaltar el contenido estético de sus obras, tanto en la pintura como en la escultura y la gráfica. De éstas irradia optimismo, una celebración del gesto corporal, y una mística de aceptación del cambio. La reunión de estos elementos nos dirige hacia un horizonte atemporal, un lugar metafísico en el que el espíritu del ser se cuestiona, se admira y encuentra su realización a través de la existencia lúdica y compartida del arte.