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El riesgo ético de no aliviar el dolor

El riesgo ético de no aliviar el dolor

por David Fajardo Chica | Feb 25, 2024 | Espejo, No. 8 Opioides

“Es un tormento” —Dijo doña Alicia*. Con esa palabra resume lo que vive en su sufrimiento: un dolor profundo que se encarna en sus entrañas. Su dolencia se debe al cáncer. La enfermedad ocurre en un cuerpo que, como el tuyo y el mío, está hecho para doler. A los seres humanos, como a otros tantos animales, nos sirve que el cuerpo duela porque esa sensación nos previene de lastimarnos con mucha gravedad y también a proteger partes de corporalidad ya lesionadas. Sin embargo, también nos hace vulnerables si llegamos a los extremos del daño o disfunción.

Doña Alicia no sufría por una lesión cotidiana. Su dolor se debía a una enfermedad que la acompañará hasta la etapa final de su vida. El cáncer duele: sea porque el crecimiento del tumor daña asimismo los tejidos nerviosos, o por los procedimientos quirúrgicos, las quimioterapias o radioterapias. Pacientes con cáncer y muchas otras enfermedades crónicas encuentran una muerte, muchas veces lenta, entre gritos agónicos por su dolor.

“Es una profunda angustia” —Refirió don Roberto*. El dolor, cuando se hace persistente, agrega sobre sí mismo capas novedosas de sufrimiento. Cuando duele de esa forma, la mente no puede concentrarse, no se toman buenas decisiones, cuesta pensar en algo más. Los dolores pueden arrastrar con tanta fuerza la mente que el campo visual se torna blanquecino, lechoso. Don Roberto decía que su vida completa se había convertido en ese dolor.

El conocimiento científico y técnico de la medicina actual nos permite enfrentar dolores que antes debían asumirse como parte del destino humano.

Quien padece de un dolor profundo abre los ojos cada mañana lanzando suertes en una ruleta. Apuesta con su esperanza a que el dolor desaparecerá, pero el alivio no suele suceder de esa manera. El conocimiento científico y técnico de la medicina actual nos permite enfrentar dolores que antes debían asumirse como parte del destino humano. Hay ramas de especialización médica dedicadas a cultivar las mejores prácticas en el uso de potentes fármacos, algunos de ellos, opioides, como analgésicos y anestesiantes.

“No tiene sentido vivir así” —lamentaba doña Gloria*. A cierto grado, el dolor excede su dimensión física y se convierte en una dolencia existencial. La persona no sólo debe hacer frente a esa sensación desagradable, ahora debe aceptar que esta nunca se va. Incluso, como en el caso de doña Gloria, quienes padecen estos dolores al final de la vida deben enfrentar que ya nunca más vivirán sin la compañía chocante de esa experiencia. Es cierto que hay espacio para la libertad personal y para la creatividad en la construcción de un lugar para el dolor de cada quien. Sin embargo, muchos de esos dolores se podrían evitar.

Se sufren dolores que podrían aliviarse mediante medicamentos opioides. Los opioides son sustancias que logramos sintetizar en los laboratorios y que son valiosos para enfrentar al dolor en las sociedades contemporáneas. Sin embargo, hemos hecho también que el acceso a los opioides sea muy difícil.

La restricción excesiva de las sustancias opioides y la renuencia al uso de las pocas unidades con que se cuenta, nos exponen a un riesgo ético.

Los problemas debidos a su consumo por fuera del ámbito médico pueden ser tan desastrosos que los esfuerzos se han concentrado en evitar el contacto del público general con estas sustancias. Esta posición se ha radicalizado en algunos lugares debido a la crisis internacional por la adulteración con fentanilo de otras sustancias en los mercados clandestinos.

Una estela de destrucción personal, familiar y social acompaña a las sustancias opioides en los imaginarios de quienes tratan con ellas. Entre el personal de salud hay una reputación también que recuperar. Hay quienes hablan de opiofobia para referirse a la resistencia que hay respecto al uso de opioides en pacientes con dolor. Se teme la adicción, la dependencia o hacer un daño más grande que el beneficio que se busca. Sin embargo, es importante ponderar que junto a la sustancia, está el contexto de su consumo y que el uso médico está guiado por profesionales altamente especializados

La restricción excesiva al punto de la escasez de las sustancias opioides y la renuencia al uso de las pocas unidades con que se cuenta en clínicas y hospitales, nos exponen a un riesgo ético. Logramos identificar una gran cantidad de dolor experimentado por pacientes al final de su vida, contamos con los desarrollos farmacológicos gracias a los cuales producimos analgésicos potentes, tenemos el conocimiento científico sobre el cuerpo humano de tal manera en que el suministro de estas sustancias se hace en un contexto de pericia altamente especializada. Sin embargo, no logramos —como sociedad— organizarnos para hacerlo de manera eficiente y justa.

El alivio no es un capricho. Reducir la experiencia de un dolor angustiante es una búsqueda plena de sentido.

El alivio no es un capricho; reducir la experiencia de un dolor angustiante es una búsqueda plena de sentido. Quien requiere opioides para menguar su dolencia no está buscando alterar su consciencia buscando un efecto recreativo o, en últimas, exclusivamente placentero. Aliviar el dolor al final de la vida permite encarar con mayor entereza los desafíos que se enfrentan en la cercanía con la muerte. Librarse del dolor profundo da la paz mental que se requiere para atender asuntos vitales como despedirse de las personas cercanas, recapitular el legado o resolver algún asunto pendiente. La analgesia no es un lujo, es un factor que permite conectar con lo más humano de las personas que enfrentan su despedida.

Tenemos claridad acerca de cómo evitar los profundos dolores que acompañan a quienes padecen enfermedades graves. Cada vez más personas se encuentran, al final de su vida, en una situación similar. La muerte también se dignifica si ella llega libre de dolor. Las restricciones desmedidas sobre los opioides así como la resistencia a su uso nos plantean un riesgo ético como sociedad: no aliviar el dolor. Frente a ese desafío merecemos estar a la altura de las circunstancias. El camino es el alivio.

*Doña Alicia, don Roberto y doña Gloría podrían ser quien escribe estas líneas o quien las lee, en un futuro no muy lejano.

David Fajardo Chica

Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM

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