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De las elecciones indirectas a las directas en México

De las elecciones indirectas a las directas en México

por Marcos T. Águila | Abr 27, 2024 | Espejo, No. 9 Matemáticas Electorales

La historia electoral del siglo XIX en México se caracterizó por una muy baja participación popular en los comicios, no ajena a las turbulencias inducidas por enfrentamientos violentos pero, sobre todo, condicionada por la naturaleza indirecta de la elección presidencial, de los congresistas y de los gobernadores.

La transición a la elección directa de dichas autoridades ocurre con la ley electoral de 1912, a instancia de una iniciativa presidencial de Francisco I. Madero, tras ganar abrumadoramente las elecciones de 1911. La presidencia de Madero fue fugaz, de apenas 13 meses hasta que fue asesinado, pero constituye el primer tramo de la Revolución Mexicana.

La consigna maderista de “sufragio efectivo y no reelección” llevaba dedicatoria, desde luego, contra el General Porfirio Díaz, quien fue reelecto en siete ocasiones y renunció a la octava, después del fraude electoral contra Madero en el año de 1910.

La reelección y su abuso no comenzó con Díaz. Uno de los casos más notables fue el de Antonio López de Santa Anna, que “gobernó” intermitentemente entre 1833 y 1848, por 11 ocasiones, aunque algunos períodos fueran apenas de unos meses. Otro ejemplo es el del presidente Benito Juárez, quien gobernó por aproximadamente 14 años y se reeligió en tres ocasiones. Juárez acumuló años en la dirección del estado, primero durante la llamada Guerra de Reforma (1858-1861), entre los liberales de todas las tendencias y los conservadores.

Aún después de la Revolución, la participación popular en las elecciones fue limitada y, muchas veces, violentada.

Juárez ocupó la presidencia legalmente por primera ocasión tras un golpe de estado contra el entonces presidente, Ignacio Comonfort (quien fuera un liberal moderado), y siendo Juárez presidente de la Suprema Corte de Justicia, en 1858. Después, fue un presidente itinerante hasta la victoria liberal tras la Reforma, y ganó las elecciones de 1861 con 55% de los votos.

Hacia el final de su primer mandato se produjo la invasión francesa. Juárez extendió su cargo y volvió a ser un presidente itinerante, defendiendo la república ante la ocupación del ejército extranjero durante cuatro años. En 1867 es reelecto con comodidad, con 71.5% de la votación de los electores contra 26% del General Díaz, su coterráneo oaxaqueño, en el primer intento de este por alcanzar la presidencia. En 1871, cuatro años después, Juárez se reeligió por tercera ocasión, en una votación más competida: Juárez (47%), Díaz (28%) y Sebastián Lerdo de Tejada (23%). No sabemos cuál podría haber sido el futuro de las aspiraciones de Juárez, debido a su muerte repentina en 1872.

Si acumulamos la vigencia en el poder de los tres personajes, Santa Anna, Juárez y Díaz, entre todos suman más de 50 años.

Las elecciones en el siglo XIX

Entre la Independencia, la Reforma y la Revolución, las autoridades públicas, cuando fueron electas, reiteramos, lo fueron de manera indirecta. Los ciudadanos sólo podían votar siendo varones, y tenían también como requisito contar con 21 años de edad, o bien, 18 si estaban casados. Su única opción era la de votar por un llamado “elector” (no por el candidato presidencial, un diputado o un gobernador).

Los electores, una vez reunidos como Colegio Electoral, escogían un candidato. Tal era el procedimiento propuesto por la Constitución de 1824, y ratificado por la de 1857. En 1836 y 1843, bajo el influjo de gobiernos conservadores, se añadió un requisito de ingresos para poder votar: contar con un capital o recursos de al menos 100 pesos al año (en 1836), requisito que se elevó al doble en 1843; con el propósito de ahuyentar a las “clases peligrosas”, lo que hizo de las elecciones un fenómeno esencialmente urbano y para minorías.

En 1857, el requisito formal de un ingreso mínimo se borró. Sin embargo, fue sustituido por la máxima de demostrar que se tenía “un medio honesto de vivir”, mensaje cifrado que mantendría en los hechos un filtro contra las clases bajas, vigente hasta la Constitución de 1917. Cabe apuntar que el voto femenino no se adoptó en México sino hasta 1953, mucho después que la mayoría de los países de América Latina.

El poder tiene un embrujo que parece caer y recaer fatalmente en la búsqueda de la reelección.

Así, durante el siglo XIX eran los electores indirectos (aproximadamente uno por cada 50 mil personas) los que, reunidos en Colegio Electoral y “en escrutinio secreto”, contabilizaban y decidían a propósito de candidatos a la presidencia, al Congreso o las gubernaturas. Se trataba de un tipo de elección indirecta en primer grado; cuando eran los diputados, en segundo. Como puede observarse, un elemento crucial era la selección de los electores de la sociedad política, lo cual naturalmente recaía sobre la parte más acomodada de las diferentes ciudades y regiones, típicamente licenciados y militares.

Después de las elecciones de Juárez hubo dos elecciones de Sebastián Lerdo de Tejada, con 92% del voto electoral en 1872 y 90% en 1876, cuando su reelección fue repudiada por Díaz en el Plan de Tuxtepec, que levantó por primera vez, paradójicamente, la consigna de sufragio efectivo, no reelección.

El dominio de la presidencia “eterna” porfiriana comenzó en 1877, cuando Díaz obtuvo nada menos que 95.7% de la votación electoral. Los porcentajes oficiales reconocidos en las reelecciones subsecuentes fluctuaron entre 97 y 100%, de 1884 a 1910. A Madero se le concedió 2% en ese año. Después de su llamado a las armas, la renuncia de Díaz y su propia elección, se le reconoció a Madero 99.2% de los votos, lo que sugiere que los electores indirectos eran, esencialmente, seguidores del gobierno en turno.

La elección presidencial de 1880

Para ilustrar la cuestión electoral en los inicios del porfiriato, seleccionamos un caso del que disponemos información histórica abundante: la elección de Manuel González a la presidencia en 1880. El general Díaz resistió seguramente la seducción de buscar la reelección en ese año, pero decidió optar por una solución a mayor plazo: la de inducir la elección de un amigo y subordinado cercano, González, que le abriera el camino a su primera reelección, no inmediata, en 1884 y más tarde continuar con una cobertura legal más sólida, ajustada por el Congreso dominado por el Ejecutivo.

Con Cárdenas, el proceso revolucionario alcanzó acaso su punto más alto, aunque la democracia electoral no estuviese en su horizonte.

González obtuvo 76% de la votación en 1880, que equivale a 11 mil 528 votos electorales (de un total de 14 mil 742 votos emitidos), ganando cómodamente la elección, frente a un nutrido grupo de contrincantes: el licenciado Justo Benítez con 1,369 votos (9%), Trinidad García de la Cadena con 1,075 votos (7%), el general Tomás Mejía con 529 votos (3%), el licenciado Ignacio Vallarta, el famoso jurista, con apenas 165 votos. En esta elección, aparentemente tersa, se cuenta con la evidencia de numerosas anomalías y trifulcas, en el archivo personal de Vicente Riva Palacio depositado en la Biblioteca de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas.

En los archivos encontramos numerosos testimonios de confrontaciones, balaceras, disputas sobre credenciales dobles o fraudulentas. Hubo gritos y sombrerazos, pues, en estas aparentemente pacíficas y tranquilas elecciones de trámite.

Hacia el siglo XX

Los primeros presidentes de la posrevolución fueron caudillos que también arrasaron en las votaciones. Venustiano Carranza obtuvo 97% del padrón electoral en 1917, con 798 mil votos, Álvaro Obregón le sucedió con 95.8% y un millón 133 mil votos, pero el antecedente de ello fue la persecución y asesinato de Venustiano Carranza en Tlaxcalantongo, por haber decidido promover una candidatura presidencial distinta a la de Obregón.

Obregón mismo fue asesinado tras un intento de reelección en 1928, y ello se tradujo en la propuesta del tercer presidente de la posrevolución, el general Plutarco Elías Calles (1924-1928), de fundar el Partido Nacional Revolucionario (PNR), a fin de consolidar una alianza de las facciones revolucionarias triunfantes. Al resultado se le llamó callismo, y abarcó seis años y tres presidentes, hasta la llegada del general Lázaro Cárdenas al poder, y el arribo de los sexenios, en 1934. Cárdenas obtuvo nada menos que 98.2% de los comicios. Con Cárdenas, el proceso revolucionario alcanzó acaso su punto más alto, aunque la democracia electoral no estuviese en su horizonte. Le sucedió la negra noche de la aplanadora tricolor.

Marcos T. Águila

Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco

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