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Astronomía prehispánica en Mesoamérica

Astronomía prehispánica en Mesoamérica

por Jesús Galindo Trejo | Ago 27, 2023 | Espejo, No. 6 Eclipses

Desde un lejano pasado, los seres humanos han observado la bóveda celeste, maravillándose por su belleza y la regularidad de sus movimientos, un incentivo intelectual hacia un razonamiento analítico que describa el Universo. Las culturas de la antigüedad idearon métodos para entender los mecanismos de esa dinámica cósmica que hoy en día aún puede admirarse en documentos, artefactos mecánicos y a través de estructuras arquitectónicas orientadas hacia eventos celestes. Como parte de Mesoamérica, en la época prehispánica en México se desarrollaron prácticas que demuestran el papel fundamental que jugó la astronomía en su evolución cultural.

Un aspecto muy importante para cualquier sociedad es su sistema de medición del tiempo, es decir, su calendario. Durante más de tres milenios, en Mesoamérica estuvo vigente un calendario propio (Figura 1). Consistía en dos cuentas de días que corrían simultáneamente. Una estaba basada en el movimiento aparente del Sol, de 365 días, organizado en 18 períodos de 20 días cada uno y 5 días más para completar el año. La otra cuenta tenía 260 días divididos en 20 períodos de 13 días. 

Figura 1. Citlaltlamatini, astrónomo mexica, Códice Mendoza, siglo XVI.

Después de un inicio simultáneo y al completarse los primeros 260 días, las cuentas se desfasaban; era necesario esperar 52 años de 365 días y 73 años de 260 días para que volvieran a coincidir y empezaran nuevamente juntas. De esta manera, se establece la igualdad calendárica: 52×365 = 73×260.

Una característica mesoamericana es que estos números aparecen reflejados, por ejemplo, en el número de elementos arquitectónicos como escalones, cuerpos y almenas de los templos, o en el número de ofrendas. Se consideraba que el calendario había sido inventado por los dioses y, por tanto, los números adquirían un valor sagrado, y con ellos se determinaban incluso las orientaciones de las principales estructuras arquitectónicas.

Las culturas de la antigüedad idearon métodos para entender los mecanismos de la dinámica cósmica.

Un ejemplo de la trascendencia del calendario se puede admirar en el Templo Mayor de Tenochtitlan (Figura 2). Su eje de simetría coincide con la traza urbana de la Ciudad de México, a lo largo de las calles República de Guatemala y Tacuba. Dos veces al año, el disco solar se alinea al templo: el 9 de abril y el 2 de septiembre. Si se realiza el ejercicio de observar todas las puestas solares durante un año, se detectará una división del año por cuentas de días expresables en números calendáricos. En este caso, la primera y la segunda alineación solar estarán a 73 días del solsticio de verano y para completar el año transcurrirán 219 días, es decir, tres veces 73 días. Claramente, 73 es un número que aparece en la identidad calendárica antes descrita.

Figura 2. Templo Mayor de México Tenochtitlan con los santuarios
de Tlaloc y de Huitzilopochtli. Fotografía de Jesús Galindo Trejo.

Por lo anterior, la ciudad capital de México está orientada de acuerdo con el calendario mesoamericano. Un cronista del siglo XVI informa que Motecuhzoma quería: “derrocar el templo porque estaba un poco tuerto y era necesario volverlo a enderezar”. Hacia el año 1000 a.C., la gran pirámide olmeca de La Venta, en Tabasco, mostraba la misma orientación y en toda Mesoamérica se repiten alineaciones solares en las mismas fechas.

Existen pocos fenómenos naturales más impresionantes a los sentidos que los eclipses solares y lunares. Entre las culturas antiguas de todo el mundo eran motivo de presagios negativos. Sin embargo, en Mesoamérica, la experiencia del eclipse de Sol se vinculaba a rituales religiosos y a eventos importantes para la sociedad. Se pueden mostrar varios ejemplos.

Cuando Teotihuacan llegaba a su fin, sucedió un eclipse total de Sol que fue observado desde la cúspide de la Pirámide del Sol; era el 16 de agosto de 630 d.C. (Figura 3). En el momento de la totalidad, con el cielo estrellado, el disco solar se puso casi alineado a la pirámide. Aunque habían transcurrido tres días desde la alineación, buena porción del Sol aún se encontraba en la dirección señalada por la pirámide. Al pie de ésta, los arqueólogos localizaron una impresionante escultura circular simulando un disco solar con trazos radiales y, en el centro, una calavera. 

Figura 3. Sol muerto. Eclipse de Sol hallado al pie de la Pirámide del Sol
de Teotihuacan, MNA. Fotografía de Jesús Galindo Trejo.

Es decir, los dos elementos iconográficos que forman la palabra eclipse: “el Sol muerto”, justo como se designa el eclipse en las lenguas como otomí, mazahua, mixteco, etc. Los teotihuacanos nunca más tendrían una visión más espectacular que pudo haber sido interpretada como el aviso del declive de la gran urbe del período clásico mesoamericano.

Se consideraba que el calendario había sido inventado por los dioses y, por tanto, los números adquirían un valor sagrado.

Los mexicas, por su parte, tenían cerca de dos siglos deambulando por numerosos sitios, en busca de la señal prometida por su dios Huitzilopochtli para establecerse. Así, el 21 de abril de 1325, en un año 2 Casa, poco antes del mediodía, fueron testigos de un eclipse total de Sol. La corona solar extendida, la cromósfera roja, Marte, Saturno, Júpiter y Mercurio sobre el horizonte del Lago de Texcoco completaban la escena. La temperatura bajó, y las llamadas sombras volantes (ondas de luz y sombra) en el suelo se movían a gran velocidad (Figura 4).

Figura 4. Sol con Huitzilopochtli y Motecuhzoma, festeja la fundación de
Tenochtitlan, MNA. Fotografía de Jesús Galindo Trejo.

Para un pueblo que tenía al Sol como deidad principal, este grandioso espectáculo fue seguramente interpretado como la indicación para terminar su peregrinaje; ahí donde se maravillaron ante este imponente espectáculo celeste, su capital México-Tenochtitlan sería fundada. A partir de la importancia del período calendárico de 13 días es posible plantear que dicha solemne fundación sucedió el 17 de mayo de ese 1325, justamente dos trecenas posterior al eclipse. En ese día sucedió el primer paso cenital del Sol, los rayos generosos de Huitzilopochtli caerían erguidos sobre el pueblo mexica.

Otro ejemplo que demuestra la pericia alcanzada por los mesoamericanos para comprender la mecánica celeste relacionada con los eclipses se encuentra en el Códice Dresde. En varias páginas, los mayas registraron una sucesión de fechas en las que ocurrieron 69 eclipses de Sol y de Luna, a lo largo de casi 33 años. En el sistema vigesimal aparecen las cifras 177 y 148, que corresponden a los días que separan a dos posibles eclipses de la misma clase. Además, incluye varias representaciones del fenómeno: un jeroglífico del Sol, colgando de una banda celeste y oscurecido por una especie de alas de mariposa. Debajo se aprecia una serpiente o monstruo tratando de devorar al Sol (Figura 5). En maya yucateco se conoce como Chibil K’in, es decir, mordida de Sol (así se nombra al eclipse en otras lenguas mesoamericanas: náhuatl, totonaco, purhépecha, etc.). 

Figura 5. Eclipse de Sol, “el Sol comido”, Códice maya de Dresde.

En este mismo códice aparecen, a lo largo de varias páginas, cuatro columnas de fechas que señalan los momentos de aparición y desaparición de Venus como estrella de la mañana y como estrella de la tarde. También se registra el período sinódico de este planeta, de 584 días, que da el intervalo de días de su ciclo completo visto desde la Tierra. Junto a las tablas numéricas se plasmaron diversos glifos de Venus y deidades armadas portando éstos.

En Mesoamérica, la experiencia del eclipse de Sol se vinculaba a rituales religiosos y a eventos importantes para la sociedad.

Podemos encontrar una prueba de la agudeza observacional de los mayas en la llamada Plataforma de Venus, en Chichén Itzá. Ahí se hallaron varias estelas labradas con la misma inscripción: un atado de cañas, que conmemora la finalización de los 52 años del calendario, con el glifo del año solar junto con ocho cuentas rodeándolo, al estilo pictográfico del centro de México (Figura 6). A un lado se aprecia un glifo de Venus, como gran estrella, brillando y unido a una barra maya denotando el número cinco. Estamos frente a una prueba de la conmensurabilidad de los períodos de observación de ambos astros: ocho años solares de 365 días igualan cinco períodos sinódicos venusinos.

Figura 6. Estela maya de Chichen Itzá que relaciona la observación de
Venus y del Sol, INAH. Fotografía de Jesús Galindo Trejo.

Este breve recorrido por algunos temas de la astronomía prehispánica nos muestra la fundamental influencia que tuvo la observación del cielo en las sociedades mesoamericanas.

Jesús Galindo Trejo

Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM

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