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Una mirada al bosque de agua desde los núcleos agrarios

Una mirada al bosque de agua desde los núcleos agrarios

por Maricarmen Orihuela •  Velino Rodríguez  •  Beatriz Rodríguez Díaz | Ago 24, 2024 | Espejo, No. 11 Agua

Los antepasados nos heredaron la historia del agua en nuestra comunidad. Cuando pensamos en el agua, la memoria evoca la localidad de Totolapan (que en voz nahua significa “agua de gallinas o agua de guajolotes”), o a los inicios del siglo pasado, época de bonanza para las fábricas textiles de Contreras y San Ángel (El Águila Mexicana, Tizapán, Santa Teresa, Loreto y La Magdalena) que, en su momento, fueron una gran fuente de empleo y desarrollo. La energía generada por el agua que movía los Dinamos permitió electrificar una parte de los pueblos de la zona. El ferrocarril del Balsas también contribuyó al auge económico de la región, ya transportaba mercancías y fuerza de trabajo.

El pueblo originario es una comunidad rural preocupada por el deterioro ambiental de su territorio, pues “sin agua no hay siembra”, y atesora las remembranzas heredadas por sus abuelos y padres, quienes les enseñaron a cuidar, respetar y preservar el bosque.

Habitantes de la Magdalena Atlitic, que en voz nahua significa “la piedra que bebe agua”, recuerdan el trabajo colaborativo organizado en faenas que realizaban los fines de semana para limpiar el bosque, los arroyos y el río. Esto permitía socializar con los integrantes de la comunidad, quienes después de cada faena compartían historias y propósitos para la preservación del bosque.

El paraje de San Miguel es un referente obligado, una zona boscosa enclavada en la serranía con un manantial importante por su caudal y calidad de agua (de la que todavía se puede disfrutar). El bosque es el espacio natural para la convivencia, recreación y diálogo entre los mayores y su familia. De ahí que el amor y respeto que “tenemos por el monte es muy particular: la cosecha de hongos, frutas, hierbas aromáticas y medicinales, además de las cosechas de temporal —maíz, calabaza, haba, frijol—” era una constante de nuestras actividades en aquellos fines de semana.

El agua es para nuestras comunidades el elemento que da la vida.

Practicamos desde niños el pastoreo, trabajo que realizábamos como un juego. Permitía la convivencia con otros pastores, conocer el monte y sus parajes, para llevar a pastar y dar de beber a nuestros rebaños.

Nos hicimos adultos recorriendo y reconociendo el bosque, primero guiados por nuestros mayores, como adolescentes practicando deportes y juegos, después asumiendo responsabilidades como formar parte de las brigadas de protección (integradas de manera voluntaria) para combatir incendios, control de plagas y enfermedades —manejo del gusano barrenador, descortezador y muérdago—, o realizar obras de conservación de suelo y agua, con la conciencia de preservar el territorio. Por ello, el agua es para nuestras comunidades el elemento que da la vida.

A partir de la década de los 80, estos recuerdos empezaron a desvanecerse casi por completo. La tala inmoderada y el combate de plagas y enfermedades con químicos provocó una muerte impresionante de árboles, flora y fauna. Si bien ahora se han implementado tareas de rescate y preservación, es necesario acrecentar los esfuerzos para que este espacio vuelva a dotar a la ciudad de los servicios ambientales que por naturaleza el bosque provee.

Los grandes asentamientos humanos han impactado en la zona; las casas unifamiliares se convirtieron en desarrollos habitacionales horizontales, el agua es menos y los residentes son cada vez más.

La tierra no es nuestra, la tenemos prestada.

Hemos sido testigos de varios intentos, por parte de autoridades de la ciudad en turno, para desarrollar obras encubiertas como “grandes desarrollos” que beneficiarían a la zona sur poniente: un campo de golf en el paraje La Cañada, territorio de La Magdalena Atlitic; la construcción de una carretera sobre la cresta de la sierra que iniciaría en el Cuarto Dinamo hasta la localidad de Parres el Guarda, en la Alcaldía Tlalpan, para bajar a Xochimilco; el Corredor Ecoturístico “Los Dinamos”; la construcción de un desarrollo llamado “Biometrópolis” en los terrenos aledaños a la empresa de T.V. Azteca. Por fortuna se logró detener todos estos intentos de enajenación de recursos y territorio, gracias a la participación de la comunidad y los visitantes a este entorno.

La reducción del flujo de agua de manantiales, arroyos y ríos afecta las actividades productivas que tradicionalmente se realizan en la zona rural. Ha disminuido la producción de frutales, peras, duraznos, capulines y ciruela; también ha mermado el cultivo de maíz, calabaza, frijol, haba, así como algunas plantas aromáticas y medicinales que suelen sembrarse en las tierras de labor y los traspatios de las casas de los habitantes del pueblo.

El cambio del uso de suelo de rural a urbano, provocado por asentamientos irregulares para la construcción de vivienda, ha contribuido de forma irracional a la tala de árboles, sobre todo en la “franja de encino”. Además de disminuir la infiltración de agua en los lomeríos, provoca estrés hídrico en el arbolado, así como erosión del suelo por los escurrimientos pluviales.

Los habitantes de estos asentamientos extraen agua de los manantiales y riachuelos, conduciéndola hasta los predios con mangueras de plástico. Al carecer de servicios para el retiro de la basura domiciliaria, la arrojan a las barrancas y al cauce de arroyos y ríos, contribuyendo a la contaminación ambiental. Estas prácticas perjudican las actividades agropecuarias de la franja peri rural.

Las nuevas generaciones están cobrando conciencia y participan en las brigadas para la conservación del bosque de agua.

En algunos polígonos al interior del bosque se aprecia el estrés hídrico con indicadores como el cambio de coloración del follaje, la ausencia de aves y fauna local (conejos, cacomixtles, ardillas, lagartijas, salamandras, víboras) y una pérdida significativa del sotobosque1. Desde hace varios años, en la zona de trucheros ha disminuido el flujo de agua casi a “cero”.

Para incrementar la capacidad de infiltración de agua en el suelo forestal se sugiere la reforestación y los planes de manejo forestal; mejorar la coordinación interinstitucional de los tres niveles de gobierno (federal, estatal y alcaldías) con los núcleos agrarios para detener la tala furtiva y la aparición de nuevos asentamientos irregulares; castigar a los comuneros y ejidatarios que vendan suelo rural y forestal; y, finalmente, se requieren leyes más firmes y severas para impedir que se siga perdiendo el suelo de conservación.

Afortunadamente, ya se implementan ecotécnias2 que permiten la cosecha de agua para uso doméstico y algunas actividades productivas. Anima saber que las nuevas generaciones están cobrando conciencia y participan en las brigadas para la conservación y protección del bosque de agua. Si logramos que estos jóvenes se vinculen con instituciones de educación e investigación, los esfuerzos se fortalecerán cada vez más.

Ser comunero o ejidatario ha significado, históricamente, una responsabilidad social; somos producto de una revolución que movilizó a toda la nación mexicana para mejorar las condiciones de vida del campesinado; por ello creemos que la tierra no es nuestra, la tenemos prestada. Somos conscientes de que los recursos naturales son finitos y que ahora se debe producir y aprovechar sus beneficios sin comprometer lo que le tocará a futuras generaciones.

Es necesario, desde las asambleas comunales y ejidales, esbozar estrategias y acciones que permitan una relación más horizontal y participativa en el diseño de políticas públicas y, sobre todo, buscar el reconocimiento y la colaboración de los habitantes de la ciudad.

Maricarmen Orihuela

Universidad Rosario Castellanos

Velino Rodríguez

Universidad Rosario Castellanos

Beatriz Rodríguez Díaz

Universidad Rosario Castellanos

  1. Vegetación que crece más cerca del suelo, bajo los árboles de un bosque.
  2. Tecnología para preservar los ecosistemas y recuperar el equilibrio.
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