El éxito del proceso de aprendizaje depende de muchos factores, pero uno imprescindible es la disposición de quien aprende. Haciendo uso de un dicho popular, no hay peor ciego que el que no quiere ver, y es que nuestras creencias se arraigan de tal manera que nos negamos a valorar cualquier hecho o argumento que las contradiga o que siquiera las modifique. Así, el proceso de aprender tiene que pasar, en primer lugar, por nuestra disponibilidad, apertura y aceptación, tenemos que estar motivados para escuchar cuestiones ajenas y hasta opuestas a los conocimientos que poseemos.
Por ello, en lugar de referirme, en primer término, a la enseñanza o aprendizaje de las ciencias, analizaré lo que considero indispensable para que la actividad científica sea valorada y admitida como algo que debe ser apreciado. Esta apreciación y valoración de la ciencia, antes que su enseñanza, debe ser suficiente para motivar que sea cultivada, no necesariamente desde su aprendizaje formal o vocacional, sino como se cultivan culturalmente las artes, es decir, es necesario lograr que la actividad científica y sus productos sean considerados interesantes, bellos, sí, bellos y, por supuesto, útiles e importantes.
Por otra parte, una política es un conjunto de tareas institucionales que favorecen cambios, modificaciones del estado actual de las cosas para llevarnos hacia otros estadios más deseables.
El proceso de aprender tiene que pasar por nuestra disponibilidad, apertura y aceptación.
Un diagnóstico del presente nos muestra que la enorme cantidad de información disponible no solo no garantiza su veracidad, sino que en muchas ocasiones se trata de vil charlatanería; que las prácticas y creencias esotéricas se han incrementado, así como los dogmas y los fanatismos; que muchos sustituyen la medicina científica basada en evidencia por remedios dudosos y, en ocasiones, definitivamente dañinos; que hay cada vez más personas que temen a las vacunas, dando lugar a riesgos mayúsculos de salud comunitaria y que se agravan innecesariamente padecimientos prevenibles; y que los gastos en los sistemas públicos de salubridad aumentan así como enfermedades que se pensó estaban erradicadas gracias a la vacunación. El reto es mayúsculo.
Lo ideal sería que se incrementara notablemente el alfabetismo científico, que todos los ciudadanos contaran con herramientas científicas que les permitieran distinguir de mejor manera una noticia veraz de una mentira, que se admirara a los grandes científicos como se hace con los deportistas de élite, con los pintores, escritores o músicos.
Se requiere de una política que conjugue las acciones necesarias y los procesos que garanticen con efectividad los cambios en el sentido deseado. La escuela no es el único el lugar en el que se aprende, también asimilamos valores y conocimientos en los medios de comunicación y en el ejemplo de los funcionarios públicos.
La enorme cantidad de información disponible no solo no garantiza su veracidad.
Si la ciencia y los científicos no son reconocidos, si no se percibe lo interesante de la actividad científica, la belleza de la ciencia misma, el placer de la indagación y el descubrimiento, tampoco puede existir suficiente motivación para aprenderla.
En consecuencia, una política dirigida a mejorar la enseñanza de las ciencias debe lograr una imagen positiva de la ciencia y los científicos, para que todos los ciudadanos estén motivados e interesados en reconocer y valorar la actividad científica y sus productos en la misma medida que son capaces de apreciar, valorar y disfrutar las bellas artes o los deportes.
El deseo de mayor conocimiento, la curiosidad por saber más de ciencia, su aprendizaje, la búsqueda de metodologías para hacerla cada vez más amena en los salones de clase, el apetito por aprender a realizar un experimento, todo ello viene en consecuencia.
Si la ciencia y los científicos no son reconocidos, tampoco puede existir suficiente motivación para aprenderla.
Podríamos resumir las acciones necesarias de esa política y de una didáctica para la enseñanza de las ciencias en tres categorías, inspirados en la retórica aristotélica. La primera es apelar a la parte racional y mostrar la utilidad del conocimiento científico y sus beneficios en el uso de las tecnologías de comunicación, en los transportes, en la salud, etc.
La segunda es apelar a la parte lúdica y estética del conocimiento y de su producción, mostrar lo divertido que puede ser una búsqueda, como en una novela policiaca. ¿Quién no siente felicidad o no se emociona cuando logra un hallazgo, cuando logra una meta o un triunfo? Mostrar historias de éxito, historias humanas inspiradoras, motiva a profundizar sobre las vidas y obras de mujeres y hombres de ciencia.
Y, en tercer lugar, hay que mostrar que la autoridad de los científicos no proviene de una inspiración divina. Para hacer buena ciencia y tener éxito se necesita disciplina y mucho estudio, para luego poner en juego la curiosidad y la creatividad, como lo hacen los niños, pero ahora contando con los conocimientos más actuales. Hay que recordar que no es posible crear algo de la nada, todo animal fantástico imaginado solo podrá ser posible con base en las características de lo ya conocido.
Una política dirigida a mejorar la enseñanza de las ciencias debe lograr una imagen positiva de la ciencia y los científicos.
En los documentos públicos de la Nueva Escuela Mexicana se reconoce nuestro rezago educativo, especialmente en ciencias y matemáticas, y en la metodología de los libros de texto se menciona el impulso a la formación de carácter científico basado en problemas, una aproximación que varios pedagogos han propuesto, de manera relevante Célestin Freinet. La metodología es, por supuesto, importante, pero más lo es la capacitación del maestro, sobre todo porque cualquier aproximación pedagógica fuera de la tradicional implica un esfuerzo mayor y una mejor preparación de los docentes.
Y, como mencioné al inicio, no solo se educa en la escuela, aunque por supuesto que es fundamental. Se hace necesario que la cultura científica permee en todos los ámbitos de la sociedad, solo de esa manera podremos superar el grave rezago en que nos encontramos, en el menor tiempo posible. Apostar solamente a la escuela implica esperar decenas de años para percibir el cambio.
Las consecuencias de no saber ciencia son la vulnerabilidad ante la charlatanería, y el peligro a ser permanentemente engañados en deterioro de nuestro bienestar individual y comunitario.