Envejecer no es un simple cambio en el calendario; es una historia que escribimos día a día, en la que el ambiente, los hábitos y las relaciones marcan cada capítulo. La ciencia nos muestra que, aunque la genética influye, no es la protagonista absoluta: la calidad del aire que respiramos, la alimentación que elegimos, el descanso que respetamos o descuidamos, e incluso el afecto que recibimos, dejan huellas químicas en nuestras células. Esas huellas, medibles en nuestro “reloj biológico”, pueden acelerarse con la contaminación, la pobreza o la soledad, o ralentizarse con un estilo de vida saludable y entornos protectores.
Uno de los guardianes más poderosos de ese reloj es el sueño. No es una pausa inactiva, sino un taller nocturno donde el cuerpo repara tejidos, fortalece la memoria y equilibra las emociones. Con la edad, sin embargo, el sueño profundo se acorta y fragmenta, lo que abre la puerta a enfermedades como la diabetes, la depresión o el Alzheimer. Recuperar una buena rutina del sueño, desde regular la luz y el uso de pantallas hasta cuidar la dieta nocturna, es invertir en nuestro futuro.
Pero la salud no se construye solo desde dentro. En demasiados hogares, la vejez convive con una sombra que pocos quieren mirar: el maltrato. Lo padecen 2 de cada 10 personas mayores sanas y hasta el 75 % de quienes viven con demencia, lo impactante, el 80 % de los casos nunca se denuncia. Erradicarlo exige leyes claras, profesionales capacitados, redes de apoyo sólidas y, sobre todo, una cultura que no tolere la violencia en ninguna etapa de la vida.
A pesar de estos retos, la vejez también puede ser un tiempo para redescubrirse. La vejez debe entenderse no solo como vivir más años, sino mantener la capacidad de hacer lo que valoramos. Ello requiere políticas públicas integrales, ciudades accesibles, vínculos humanos sólidos, actividad física constante y dietas que nos aporten los nutrimentos necesarios.
La naturaleza nos recuerda que envejecer con calidad es posible. Algunos mamíferos viven décadas sin mostrar signos de declive gracias a la autofagia, un sistema celular de limpieza y reparación. En los seres humanos, este mecanismo puede mantenerse activo mediante ejercicio regular y una alimentación equilibrada, lo que podría añadir hasta diez años de vida saludable.
Sin embargo, mantenernos sanos no depende solo de nuestros hábitos: también requiere acudir a tratamientos y cuidados médicos cuando son necesarios. Por ejemplo, la salud pulmonar, la salud oral, y hasta nuestra capacidad motriz, merecen atención constante, pues de ellas dependen nuestra autonomía, nuestra nutrición y, en última instancia, nuestra calidad de vida.
En este viaje, mente y cuerpo avanzan al mismo paso. De la mano de los editores Nadia A. Rivero Segura y Juan Carlos Gómez-Verjan, junto con especialistas en gerontología, geriatría y gerociencia, emprendemos un recorrido que nos conduce a comprender cómo la ciencia, los hábitos y los entornos pueden transformar la forma en que envejecemos.
Este número de Obsidiana invita a ver el envejecimiento como un tejido en el que cada hilo cuenta: biología, hábitos, derechos, vínculos y entornos. El reloj no se detiene, pero nosotros decidimos con qué calidad y bienestar queremos vivirlo.