Cuando me sugirieron escribir sobre mujeres matemáticas mexicanas me enfrenté a un dilema: como hombre que soy, ¿qué puedo decir?, ¿qué puedo aportar? Dando vueltas sobre este asunto no pude evitar recordar mis años de estudiante durante la licenciatura en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fueron años valiosos, años en los que uno como joven en formación busca crearse un ideal del yo que salga de la imagen del padre o la madre. Hubo varios matemáticos que jugaron ese papel en mi vida, pero no puedo olvidar a dos mujeres extraordinarias: Sylvia de Neymet Urbina y Graciela Salicrup López. Ambas mujeres y matemáticas ejemplares de su tiempo, y prácticamente de la misma edad: Graciela nació en el año 1935 y Sylvia en el año 1938.
Puedo entender, en retrospectiva, el valor y esfuerzo que hicieron para lograr terminar sus doctorados, y sostenerse como investigadoras y profesoras de tiempo completo. Es inevitable que no haga un paralelo entre sus vidas y la de mi propia madre, que era un poco mayor a ellas y que estudió dos carreras en su juventud.
Sylvia de Neymet Urbina y Graciela Salicrup López fueron mujeres y matemáticas ejemplares de su tiempo.
Si nos transportamos a los años cuarenta y cincuenta, veremos que la situación para las mujeres era extremadamente compleja. Tenían una gran dificultad para conseguir trabajos con responsabilidades y de dirigencia. En general existía la idea de que deberían ser amas de casa y cuidar a los niños, o bien, ocupar puestos secretariales o de administración. ¿Cómo es que estas dos mujeres lograron salir del molde social para buscar un desarrollo intelectual que fue ejemplo para muchas estudiantes?
Algo que indudablemente ayudó a sembrar la semilla en ellas fue que tuvieron padres que se dedicaban a una vida profesional y académica. A pesar de las similitudes, tuvieron diferencias que muestran que también fueron ellas mismas las que decidieron tomar su destino en sus manos.
El padre de Sylvia era ingeniero y su madre era maestra. Ella estudió artes en la Esmeralda y dedicaba buena parte de su vida a la escultura. Sylvia tuvo la fortuna de contar con maestras ejemplares en sus años de secundaria y preparatoria. Una de sus maestras fue la matemática Manuela Garín. Ahí es donde quizás aprendió que las matemáticas son un mundo abierto, en donde lo importante es pensar y descubrir cosas. En la preparatoria tuvo como maestra a Ma. Teresa Sánchez de Padilla, que acabó por cautivar a Sylvia. Fue entonces que ella decidió ingresar a estudiar matemáticas en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Inició sus estudios en el año 1955, dos años después de que empezaran las actividades en Ciudad Universitaria. Ahí tomó sus cursos con los profesores que fueron fundadores de las matemáticas en México.
En los años 40 y 50, las mujeres tenían una gran dificultad para conseguir trabajos de dirigencia.
Por su parte, Graciela tenía padres preparados y estaban dispuestos a dejar que ella siguiera estudios universitarios. Pero su familia se opuso a que estudiara matemáticas. De hecho, pensaban que quizás tenía algún problema y la enviaron con un psiquiatra, quien posteriormente se volvería su esposo. Finalmente, la familia aceptó que entrara a estudiar la carrera de arquitectura. Obtuvo su título en el año de 1959. Casi inmediatamente después incursionó en la arqueología. Colaboró con Laurette Séjourné, quien fue una arqueóloga encargada de varios proyectos en el país y que en ese momento estaba estudiando Teotihuacan. Graciela quería entender las necesidades de la época y sus diversas construcciones desde el punto de vista de la geometría y la arquitectura. De dicha colaboración surgieron varias publicaciones. A sus treinta años, y ya con tres hijos, decidió ingresar a estudiar la carrera de matemáticas y, posteriormente, entró al doctorado.
Para muchos de nosotros es claro que ya habían obtenido varios logros hasta ese momento de sus vidas, pero no pararon ahí, continuaron.
Volviendo a mi madre, ella estudió las licenciaturas en economía y después en letras. En realidad amaba la literatura pero su madre le decía que economía le podría dar trabajo para vivir. Sin abordar este tema a fondo, solo mencionaré que una familia numerosa (ocho hijos) y la necesidad de ingresos familiares la obligaron a trabajar y no pudo continuar con la vida que quizás deseó. Pero, al igual que Sylvia y Graciela, logró algo que para la época era muy difícil: encontrar valor para enfrentar la adversidad que tenían las mujeres de la época y así romper con un rol social que iba en contra de lo que deseaban.
Ambas abrieron el camino para que otras pudieran llegar.
Ambas terminan sus respectivos doctorados, Sylvia en 1966 (ella es la primera mujer en doctorarse en México) y Graciela en el año 1978. Sylvia ingresa a trabajar en el Departamento de Matemáticas de la Facultad de Ciencias de la UNAM, y Graciela en el Instituto de Matemáticas de la UNAM. No es casualidad que ambas trabajaran en topología; en ese tiempo había un grupo muy fuerte en México. El asesor de Graciela fue Roberto Vázquez, uno de los que introdujo en México la topología categórica. El asesor de Sylvia fue Samuel Gitler, uno de los topólogos algebraicos más importantes que ha tenido México.
Pero sería pobre hablar sobre ellas sin reflexionar sobre su legado, como investigadoras y como mujeres. Todavía en los años setenta las mujeres en la carrera de matemáticas sufrían comentarios deplorables. Algunos maestros muy famosos creían que las mujeres no podían ser capaces en matemáticas. Era claro que esta creencia no tenía sustento alguno, pues la historia ya había demostrado que existen mujeres con una gran capacidad para las matemáticas; basta recordar a Emmy Noether, que a mediados del siglo XX había probado teoremas en álgebra con un impacto profundo en las matemáticas y en física.
Sylvia y Graciela, como profesoras ejemplares, fueron, y son, un modelo a seguir. Las clases que tomé con Graciela son imborrables de mi vida. Ambas abrieron el camino para que otras pudieran llegar. Solo nos queda agradecerles por su esfuerzo y tesón, que son un ejemplo para todas y todos. Ellas lograron lo que muchas mujeres, como mi propia madre, han luchado por llegar a ser.
Graciela Salicrup López
Sylvia de Neymet Urbina