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Didáctica de la ciencia: enseñar a pensar, argumentar y cuestionar

Didáctica de la ciencia: enseñar a pensar, argumentar y cuestionar

por Emiliano Cassani | Jun 27, 2025 | No. 15 Sembrando ciencia: curiosidad y aprendizaje, Translúcido

Durante años se ha repetido que el futuro está en la educación, pero ¿estamos preparados para enseñar a pensar? Se ha confundido memorizar con comprender, y parece que la enseñanza de la ciencia depende más de los cambios sexenales que de una visión pedagógica profunda. Hemos dejado pasar generaciones enteras sin una buena formación crítica, sin contacto con el asombro científico y sin herramientas suficientes para entender los fenómenos que moldean su vida cotidiana: desde el cambio climático hasta la salud, desde la energía hasta la tecnología y la innovación.

La doctora María Teresa Guerra Ramos, investigadora del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (Cinvestav) Monterrey, ha dedicado su carrera a tratar de revertir ese rezago. Su campo: la didáctica de las ciencias, ese puente esencial que traduce el conocimiento científico en herramientas para que estudiantes y docentes piensen, argumenten, cuestionen y comprendan el mundo que los rodea. Su definición es muy clara: “La didáctica de las ciencias es una disciplina centrada en los procesos de enseñanza-aprendizaje, y que investiga las interacciones entre contenido, estudiante y docente. Lo importante no es solo cómo enseñamos ciencias, sino cómo las aprendemos, las discutimos, las incorporamos a nuestra forma de ver el mundo”.

La enseñanza de la ciencia requiere de una visión pedagógica profunda que promueva el diálogo intercultural.

Sin embargo, en México hemos hecho todo al revés. Primero cambiamos los planes y programas de estudio, luego los libros de texto, y al final, los programas de formación docente. “Históricamente, las ciencias naturales han estado presentes en el currículo mexicano. Pero nunca hemos tenido una política sostenida para profesionalizar su enseñanza en todos los niveles educativos. Siempre ponemos el carro antes que los caballos”, explica la doctora Guerra en entrevista para Obsidiana.

Este enfoque reactivo ha generado una deuda acumulada. Cada reforma educativa promete una revolución en el aula, pero rara vez pasa de ser un documento bien intencionado. El caso de la Nueva Escuela Mexicana (NEM) lo evidencia con claridad. “El cambio de asignaturas a campos formativos no solo implica una reorganización administrativa. Implica también la desaparición del enfoque disciplinar, lo que representa un retroceso para la didáctica de cualquier ciencia”, advierte. La consecuencia es una fragmentación del conocimiento, donde las ciencias pierden su identidad como campo riguroso y estructurado, y se diluyen en una amalgama difusa de temas.

A esto se suma la desaparición de instituciones clave para la evaluación educativa. Tras el cierre del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), surgió Mejor Edu, un organismo que, si bien intenta llenar ese vacío, carece de la autonomía y claridad operativa necesarias para garantizar evaluaciones rigurosas, imparciales y con indicadores cercanos a la realidad. “Ahora entiendo que ya está en proceso de desaparecer”, menciona la doctora Guerra. Contar con una instancia autónoma que evalúe con base en evidencia es una condición indispensable para poder avanzar.

El riesgo más grande es que el derecho a la ciencia, consagrado ahora en la Ley General en Materia de Humanidades, Ciencia, Tecnología e Innovación, quede como una declaración simbólica. Esta ley fue presentada como un parteaguas para el acceso universal al conocimiento, pero fue objeto de profundos cuestionamientos por parte de la comunidad científica. Su redacción, aunque cargada de buenas intenciones, no ha sido congruente con su aplicación. Cuando una ley no se traduce en presupuesto, en infraestructura, en formación docente, en estrategias didácticas concretas, simplemente no existe para millones de niñas, niños y jóvenes que aún no tienen acceso a una educación científica de calidad.

El discurso de la interculturalidad, por ejemplo, puede parecer un avance, aunque ya estaba presente en reformas previas. La NEM ha intentado incorporar el respeto a las cosmovisiones locales como un eje articulador de su propuesta curricular. Eso puede leerse como una conquista importante. “Me parece que sí es un acierto que lo mencionen y que lo pongan en primer plano”, reconoce la doctora. “Pero sería interesante analizar qué tanto se refleja este discurso en los materiales educativos”.

Se busca formar ciudadanos participativos, empáticos y capaces de tomar decisiones informadas.

Su preocupación es válida: al analizar los libros de texto y los proyectos didácticos que los acompañan, cuesta encontrar referencias sólidas al conocimiento ancestral o al saber comunitario. “Uno puede usar una narrativa muy elaborada, adornar mucho el discurso, pero traducir eso a prácticas educativas no es tan sencillo”. La interculturalidad requiere formación, metodologías, investigación y, sobre todo, voluntad de aprender de los docentes que ya han trabajado durante años en contextos rurales, con sabidurías locales y enfoques pedagógicos situados.

Al preguntarle qué recomendación haría a quienes diseñan las políticas educativas del país, su respuesta fue clara y contundente: “Que no descalifiquen todo lo anterior por el simple hecho de que fue planteado en otros sexenios. Que escuchen lo que la investigación educativa ha producido. Y que no cambien planes y programas cada vez que quieren dejar huella, porque esa huella termina siendo cicatriz en el sistema educativo”. Reformar por reformar, sin diagnóstico, sin evaluación, sin continuidad, ha sido una constante que ha desgastado a docentes, ha confundido a estudiantes y ha dejado a las escuelas mexicanas a la saga.

Emociona escuchar a la doctora Guerra hablar de su vocación como algo que busca formar ciudadanos participativos, empáticos y capaces de tomar decisiones informadas. Pero, a pesar de que México cuenta con investigadoras e investigadores preparados, y con propuestas pedagógicas basadas en resultados de investigación educativa, se deja fuera a quienes conocen de cerca el salón de clases.

En la historia de María Teresa Guerra Ramos hay más que una trayectoria ejemplar. Hay una advertencia: sin didáctica de las ciencias, no hay ciencia en las aulas. Y sin ciencia en las aulas, el futuro que tanto decimos querer, se nos seguirá escapando de las manos.

Su voz, cargada de pasión y de sentido crítico, nos recuerda que no hay reforma educativa que valga si no se cimienta en la experiencia docente, en la investigación educativa, y en la voluntad de construir una escuela que no solo enseñe, sino que también libere. 

Emiliano Cassani
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