Todos hemos escuchado hablar de la materia oscura: una cantidad inmensa de partículas en el Universo que son invisibles pues no absorben, reflejan, ni emiten luz, pero cuyos efectos determinan en buena medida el funcionamiento del cosmos. En la biología hay algo muy parecido: los parásitos.
Estos organismos que varían de tamaño —desde los microscópicos virus hasta gusanos de algunos metros de largo—, también son imperceptibles para la mayoría de la gente por una razón muy sencilla: pasan buena parte de su ciclo de vida adentro de otros organismos (animales, plantas, hongos y bacterias) y, cuando no están adentro de alguien más, suelen estar libres como diminutas larvas infectivas, apenas visibles.
Tabascotrema verai (Platyhelminthes: Trematoda), por Berenit Mendoza-Garfias (UNAM).
Al igual que la materia oscura en el cosmos, a pesar de que no siempre se vean, los parásitos ejercen importantes efectos en los ecosistemas y, aunque parezca sorprendente o increíble, ¡la mayor parte de estos efectos son benéficos!
Seguro suena descabellada esta afirmación, ya que generalmente pensamos en los terribles impactos negativos de las infecciones parasitarias sobre la salud humana, animal y vegetal. Hay casos muy severos como el de la malaria, que debilita y mata a millones de personas cada año. Es por ejemplos como éste y los innegables impactos médicos, veterinarios y agrícolas de algunos otros, que casi todos tienen una muy mala fama.
Los parásitos ejercen importantes efectos en los ecosistemas.
Si observamos bien y despacio, como lo hacemos los parasitólogos, se revelan cosas sorprendentes: no sólo que muy pocas especies de parásitos son realmente dañinas (únicamente 4% de ellas, pero el 96% restante comparte la mala reputación), sino que hay una cantidad asombrosa de parásitos en nuestro mundo: cerca de la mitad de las especies del planeta, para ser precisos.
Después de estudiar durante casi un siglo los peces de agua dulce en México, sabemos que hay 483 especies de parásitos que infectan a 361 de peces —sí, leíste bien: conocemos bastantes más especies de parásitos que de peces; y cada especie de pez, alberga a más de una de parásito— y así es la cosa para donde mires.
Tabascotrema verai (Platyhelminthes:Trematoda), por Ulises Razo-Mendivil (UNAM).
Como la materia oscura, si la mitad de las especies del planeta son parásitas, su impacto debe ser inmenso y, justamente, se ha empezado a comprender que, salvo el infame 4%, los parásitos tienen importantes y benéficos efectos positivos sobre los ecosistemas y la salud.
Por ejemplo, a nivel ecosistémico, regulan las poblaciones de animales y plantas, estabilizan las cadenas alimenticias, remueven contaminantes del entorno, etc.; y al haber estado compitiendo con los sistemas defensivos de los animales desde hace millones de años, han contribuido a su evolución.
Muy pocas especies de parásitos son dañinas: únicamente 4%, pero el 96% restante comparte la mala reputación.
Actualmente sirven para “afinar” nuestro sistema inmune; se postula que diversos padecimientos “modernos” como las alergias, la diabetes tipo 2 y muchas enfermedades inflamatorias, ¡en realidad son consecuencia de un exceso de higiene y la consecuente falta de contacto con parásitos!
Un ecosistema sano tiene parásitos y lo opuesto también es cierto: un ecosistema sin parásitos, probablemente está dañado. Por ejemplo, si en un cuerpo de agua no encontramos gusanos en los peces grandes, quizás es porque ya faltan eslabones de la cadena alimenticia: desaparecieron los caracoles, pequeños crustáceos o peces chicos que el parásito usa como vehículo para llegar al pez grande.
Un ecosistema sano también está protegido contra patógenos invasores. Alrededor del puerto de Veracruz, en los humedales degradados, se han instalado los moscos invasores Aedes egyptii y Aedes albopictus, que transmiten enfermedades virales serias como dengue, Zika y Chikungunya; pero estos bichos no se han podido establecer en cuerpos de agua sanos —con todos los componentes del ecosistema intactos, incluyendo a los parásitos—.
Gyrodactylus salmonis (Platyhelminthes: Monogenea), por Greta Hanako Rosas Saito (INECOL).
Nuestro impacto en los ecosistemas puede alterarlos profundamente e, incluso, llevarse de corbata a los parásitos. Como muestra, un par de botones marinos. Al modificar drástica y artificialmente la cantidad de peces disponibles en un lugar, la pesca comercial no sólo altera su funcionamiento ecológico (quién se come a quién; quién compite con quién, etc.), sino que de repente le cambia la jugada a los parásitos, para quienes los peces son su hábitat.
Cerca de la mitad de las especies del planeta se conforma por parásitos.
Si de pronto se quedan sin casa, pues —literalmente— los humanos la eliminaron, para sobrevivir, los parásitos deben mudarse de residencia, y eso trae consecuencias biológicas: primero, procurarán mudarse al mismo tipo de casa (otros individuos de la misma especie de pez). Fallando eso, intentarán encontrar algo parecido (especies de peces cercanas) y, si todo sale mal, colonizarán lo que puedan.
Claro está que los parásitos con ciclos de vida sencillos tienen ventaja; justo eso se ha visto en algunos atolones que han sufrido pesca excesiva, y que ahora tienen pocas especies de peces con algunos parásitos sobrevivientes. Otros no han sido tan suertudos: quizás el mejor ejemplo de la extinción de un parásito como consecuencia de la pesca excesiva del pez que lo alberga es el gusano Stichocotyle nephropis, que infectaba algunas especies de rayas en el Atlántico norte. Ahora es difícil encontrar (y pescar) a sus peces hospederos, pues están clasificados como en peligro de extinción, por lo que el parásito no ha sido avistado en décadas.
En buena medida, el Universo funciona por el equilibrio existente entre lo que vemos y la materia oscura —aunque no la podamos ver y apenas la empecemos a comprender. Con el planeta ocurre algo similar: por ejemplo, aunque no los veamos, dentro de los cachalotes medran gusanos como Placentonema gigantissima, que con sus ocho metros de longitud, ejercen un efecto importante sobre esos gigantes marinos.
Y, aunque quizás suene raro (por decir lo menos), si pretendemos conservar la riqueza biológica y el correcto funcionamiento de los ecosistemas que sustentan la vida en nuestro planeta, hay que considerar a los parásitos entre los organismos a incluir en el manifiesto de pasajeros del Arca de Noé.
Referencias
García-Prieto, L., Dáttilo, W., Rubio-Godoy, M., & Pérez-Ponce de León, G. (2022). Fish–parasite interactions: A dataset of continental waters in Mexico involving fishes and their helminth fauna. Ecology, 103(12). https://doi.org/10.1002/ecy.3815
Rubio-Godoy, M. & Pérez-Ponce de León, G. (2023). Equal rights for parasites: Windsor 1995, revisited after ecological parasitology has come of age. Biological Conservation, 284: 110174.