Desde mucho tiempo antes de elegir su profesión, a Mayra García Ruiz ya le interesaba la ciencia. Ella es profesora investigadora en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), sin embargo, estudió biología, luego una maestría en neurociencias, y más adelante un doctorado en investigación biomédica básica con especialidad en neurociencias del aprendizaje.
¿Cómo transitó de la biología a la pedagogía? Después de terminar su doctorado y de trabajar un tiempo como como investigadora en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la contactaron de la UPN para solicitarle que creara un laboratorio para profesores de educación básica que enseñaran ciencias, así como una una especialización en la enseñanza de los laboratorios. “Ahí me di cuenta que la educación en ciencias necesitaba mucho trabajo”, expresó Mayra García en entrevista para Obsidiana.
Le encantó trabajar formando docentes; primero lo hizo con profesores de ciencia del área de ciencias naturales, y después empezó a trabajar en educación ambiental. De hecho, lo que más la inspira a seguir trabajando en esta línea es el profesorado en formación.
No se puede enseñar ciencia sin vincularla con la sociedad, la tecnología y el ambiente.
“Creo que la formación del profesorado en México es muy castigada, pues no se les dan todas las herramientas necesarias. Por ejemplo, ahora es muy importante la inclusión, pero es un tema que no ven durante la carrera. Entonces, cuando empiezan a ejercer se encuentran con que tienen niños con trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), o son sordos y el docente no sabe qué hacer, no están preparados”.
Actualmente, además de dar clases, la doctora García hace investigación educativa sobre la formación y práctica docente en educación ambiental, y el desarrollo del pensamiento crítico para el fomento de actitudes ambientales desde el enfoque ciencia, tecnología, sociedad, ambiente (CTSA).
El enfoque CTSA visibiliza la vinculación directa entre ciencia, tecnología, sociedad y ambiente. “No puedes enseñar ciencia sin tomar en cuenta la influencia que puede tener en ella la sociedad, así como la ciencia influye el aprendizaje y lo mismo pasa con la tecnología, se interrelacionan completamente. Este enfoque también toma en cuenta las cuestiones afectivas, es decir, da oportunidad de enseñar a los seres humanos como seres humanos que son”, explicó la doctora García.
Al preparar a futuros profesores, el enfoque CTSA les ofrece una visión más holística del fenómeno educativo en el área de las ciencias y la educación ambiental, tomando en cuenta la tecnología. La manera de enseñar este enfoque es a través de actividades, mismas que se pueden adaptar a la práctica docente para diferentes niveles educativos. Al mismo tiempo, los alumnos que aprenden ciencias a través del enfoque CTSA, reciben herramientas fundamentales para comprender el mundo.
Para la doctora García, formar a los docentes en educación ambiental es clave, porque los seres humanos no estamos separados del entorno, sino que formamos parte de él —tanto del ambiente natural como del social—. Si somos parte del ambiente, entonces necesitamos educación ambiental, sobre todo para entender por qué tenemos los problemas ambientales actuales.
“Las personas no necesitan volverse expertas en estos temas, pero sí deben desarrollar una actitud crítica. Un caso sencillo: cuando se estableció la ley para separar la basura orgánica e inorgánica, a la mayoría de las personas les costó trabajo entenderla, se confundían o simplemente la ignoraban. ¿Qué hubiera pasado si, en lugar de imponer la regla, se hubiera explicado a fondo el por qué? ¿Qué implica separar o no separar? ¿Qué consecuencias hay? Si no hay reflexión, no hay apropiación”, enfatizó. Desde su perspectiva, ahí es donde el enfoque CTSA cobra relevancia. “Una de las cosas más valiosas que desarrolla este enfoque es el pensamiento crítico”.
El enfoque CTSA impulsa el pensamiento crítico en los estudiantes.
Parte fundamental de este proceso es el papel de los docentes como agentes de cambio. “Muchas veces son los niños quienes llevan el mensaje a sus casas: ‘Mi maestro dice que…’, y ese mensaje puede transformar hábitos familiares. Claro que no ocurre en el 100 % de los casos, pero sí en muchos. Por eso, la educación ambiental no debe quedarse en ‘aprendí que hay que separar la basura’, sino en cuestionar desde casa: ¿qué hago con esa basura?, ¿por qué generamos tantos residuos sólidos?”, planteó.
“Vivimos en una sociedad que promueve el consumo desmedido, muchas veces de cosas innecesarias. Desde pequeños, los niños deben aprender que no necesitamos consumir por consumir. Por un lado, está la economía del hogar, pero también el impacto ambiental: generamos residuos que no sabemos manejar. Además, hay una cultura de satisfacción inmediata, donde lo que compramos nos emociona tres segundos… y luego ya queremos otra cosa”.
Por eso, insistió, es importante crear hábitos desde edades tempranas: no tirar basura, no desperdiciar agua, cuidar el entorno. Si desde pequeños aprenden eso, cuando sean adultos no será una carga, será un hábito bien fundamentado.
Respecto a los desafíos más urgentes para la educación ambiental en México, Mayra García no duda: “Uno de los mayores retos es sensibilizar a la población. Muchas personas se dicen ambientalistas, mientras no se les toque el bolsillo o la comodidad. En cuanto implica un esfuerzo económico, ahí termina el compromiso. Lo vemos con los productos desechables: los biodegradables son más caros, mientras que el unicel es barato y, aunque sabemos que este material contamina y puede afectar la salud, se sigue eligiendo porque cuesta menos. Falta pensar más allá del precio”.
La doctora Mayra García Ruiz aconseja, a las y los jóvenes interesados en la pedagogía con enfoque ambiental, que fomenten actitudes favorables hacia el medio ambiente en sus alumnos. Ninguna persona necesita ser una experta, las pequeñas acciones pueden generar grandes cambios. La clave es hacerlas parte de la vida cotidiana, de forma constante, poco a poco. Esa es la base de una transformación real.